25 noviembre 2008

¿Estrés? N'ombre, ni le hagas caso

Recetas infalibles y probadas para desestresarse. Te las comparto porque estamos en confianza.

Cuando tenía 13 años

Conozco bien el metro del DF. Mi hermanito menor está en una guardería cerca del centro y un día me toca a mí recogerlo, otro a mi hermano Luis y otro a alguien más.

Luego de tanto viaje hay que echar mano de toda clase de trucos para no dejarse dominar por el hastío. Yo, por ejemplo, observo que en el techo del vagón hay dos largas hileras de lámparas fluorescentes. Las protegen una pantallas translúcidas. Cuento los tornillos que sostienen cada pantalla; calculo cuántos tornillos se requieren en el vagón. Hay 9 vagones. Ya sé cuántos tornillos de esos tiene el tren en el techo.

Esas cuentas me dejan listo para la dicha y los sueños.

Cuando tenía 15 años

Me levanto a media mañana; mis clases son en la tarde, así que no hay prisa. La mitad de la familia se ha ido a la escuela o al trabajo, la otra mitad somos unos flojos consumados.

Me dirijo al refrigerador y lo abro; saco un huevo. Ahora voy a la ventana de la sala y la abro. Miro desde nuestro segundo piso. Arrojo el huevo; a los dos segundos se estrella en el piso del estacionamiento. Cierro la ventana. Estoy listo para el trajín del día.

Cuando tenía 20

Voy al Sanborns ya noche, a la sección de revistas. Busco las de computación y en ellas los artículos sobre la línea Commodore. No tengo para comprarla y quiero el código de algún programa que sugieren. Así que miro y miro y miro la página hasta aprenderla.

Regreso a casa. Conecto el cpu a la tv, introduzco el código que recuerdo y no funciona. Como no tengo un medio de almacenamiento permanente, todo se pierde al apagarla. Volveré al Sanborns al otro día a ver qué falló. Pero esa noche duermo a pierna suelta.

Cuando manejo solo en carretera

Canto. Si es entre marzo y diciembre, elijo una navideña. En otros tiempos, tarareo cualquier cosa. Canto fuerte. A los tres versos me he callado porque la imaginación se va lejos. En ella charlo con quien quiero, llego a otros destinos, me anticipo a mis sueños y los cumplo.

De pronto reacciono. He avanzado 10 km y no lo recuerdo. He estado manejando sin darme cuenta. Simplemente no recuerdo lo que hice en los minutos anteriores. Sin querer me he quitado más estrés de la cuenta y sé que para sobrevivir hace falta aunque sea un poquito.

Me preocupo un poco, me estreso de nuevo y ya está. Listo para volver a cantar.

19 noviembre 2008

Estampas de pequeño

Tomado de http://recogedor.blogspot.com/2007/06/renault-gordini-y-r-8.html A los siete años seguía en mi natal Hermosillo. Mi amá nos llevaba al mar, a Bahía de Kino, que está a 100 km. Claro que en su renault 8 el viaje duraba más de una hora.

No teníamos radio en la casa, o si había nunca se encendía, por eso me intriga que en aquellos viajes los cuatro hermanos, de 6, 7, 8 y 9 años, fuéramos cantando una pieza de Los Payos, luego cantada por José Feliciano, que decía:

En la playa escribí tu nombre
y luego yo lo borré
para que nadie pisará
tu nombre, María Isabel

Estoy seguro de que no entendíamos gran cosa, pero nos parecía una canción para ir a la playa. La acabábamos y luego alguno la reiniciaba casi de inmediato. Cuatro voces infantiles repite y repite lo mismo más de una hora. No recuerdo que mi mamá nos dijera nada. Eso es heroico, ¿no?


Sabíamos que el infierno está abajo; obvio. El problema es que a veces necesitas hacer agujeros. No se puede jugar en la tierra sin algunos. Cuando se nos olvidaba lo del infierno, cavábamos sin preocupaciones. Hasta que de pronto te acordabas y te preguntabas si no habrías llegado demasiado lejos y entonces, espantado, a toda prisa tapabas el hoyo de 5 o 10 centímetros.

Los demonios ya no tenían salida. Estábamos a salvo.


¿Qué más se hace además de jugar todo el tiempo? Hablar, claro. Al menos hasta que a alguien se le ocurrió que la voz podía gastarse. Nomás por prudencia cada tanto nos decíamos que debíamos guardar voz para cuando fuéramos grandes y nos callábamos un rato.


Ay fecha fatal, cuando tuve aquella idea disparatada. Pensé que un día podrían cambiar las cosas, ser exactamente al revés. Imaginé que las cosas podrían caer hacia arriba. Lo imaginé con fuerza, al grado de angustiarme y desear, si eso pasaba un día, estar dentro de mi casa, para caer al techo nomás, porque caer hacia el cielo era horripilante para un niño.

Mi mente no siempre me trata amistosamente. Hasta el día de hoy me horroriza la idea de caer al cielo y debo hacer un esfuerzo por sacudírmela de la cabeza mientras corro a estar dentro de una casa.


En Hermosillo no llueve muy seguido. En una de las temporadas de aguas descubrí que no sabía cómo comenzaba a llover. Le pregunté a los demás y me dijeron burlonamente que ellos sí habían visto.

Una tarde jugábamos fuera. Cayó una gota gruesa. Me detuve en seco. Cayó otra por allá y otra más acá. ¡Comenzó el aguacero! ¡a correr!

Jajajaja, ahora sí sé cómo comienza la lluvia y ya nadie se burla de mí, jajajaja.

17 noviembre 2008

Medida de amor

El amor se mide con las zancadas que das corriendo para llegar a tiempo a su encuentro. No a tiempo; llegar antes por el ansia de las miradas y los besos.

El amor se mide con los brazos extendidos, la mirada al cielo, parado de puntitas, descosiéndose de risa, risa loca de enamorado que acaba de oír el sí; el sí quedito y luminoso.

¿Que cuánto te quiero? Así, y extiendo mis brazos, los extiendo mucho. ¿Que cuánto te amo? Así, mira, y corro a tu encuentro para no llegar a tiempo sino antes.

10 noviembre 2008

Masa embrujada

Y bien, ¿qué la pasa la gente? ¿qué hilos invisibles los mueve hacia el logro de objetivos comunes?

En agosto pasado vi un rato la ceremonia de inauguración de los olímpicos chinos. Aburridas como suelen ser, porque uno no está en el estadio para aturdirse con el sonido en vivo y perder y recuperar la vista a intervalos, es llamativo que hay cientos de personas (miles) en sencillas coreografías que son complicadas por las dimensiones y porque la escenografía magnifica las cosas.

¿Por qué danzan juntos, al unísono, todos? ¿por qué quieren aparecer ahí, masa mayúscula, masa humana, masa y masa? El líder que logra eso demuestra el poder misterioso de su influencia.

Millares van a la guerra y se matan. ¡Y algunos quieren hacerlo! Líder, ¿qué les diste? ¿qué embrujos secretos conjuraste, que discurso seductor pronunciaste, qué?

Muchos danzan, muchos combaten, muchos edifican, muchos protestan. Nos encanta que uno mande, que nos diga el camino, porque así no hay extravío. Y aunque lo haya y lo adivinemos, basta con que él sepa más y mire el futuro con el cinismo que quisiéramos, tratándonos paternalmente.

Claro que aborrezco los movimientos homogenizadores y la pretensión de uniformarme. Prefiero sentirme desprotegido, que me caiga confianzuda la lluvia por no andar bajo el paraguas del líder impecable. Quiero más la libertad de mis tripas y mi encéfalo que tener calor prestado en la epidermis.

Pero no debo pasarme de listo, porque hay organizaciones de masas que buscan aires democráticos y críticos. Y además, es imprescindible estar organizados. Y alguien debe tomar las decisiones últimas. Me gusta la idea de una orquesta, en la que todos tocan a conciencia, no dos o tres compaces tras el director, sino a la par de él.

Hay un liderazgo bueno, se ve. El otro es una lepra.