15 diciembre 2008

Quién decide

Al primer mundo le tiemblan las rodillas, sufre bochornos. Lo ves y sientes lástima. ¿Cómo mantendrán ahora su sofisticado tren de vida? Su tragedia es casi conmovedora.

Para el noticiario entrevistan a consumidores en cierto mercado atiborrado que se prepara para la navidad. Ahora compran menos y lo hacen con lista en mano. ¿Y el año pasado? Pues en medio del espejismo admiten que antes no, iban así nomás, a que el mercado decidiera, a que la mercadotecnia decidiera.

Bienaventurados los capitalistas porque hasta en la crisis recibirán bendición. La de ahora es que al fin descubrieron el valor de ser un consumidor sabio, o bueno, con sentido común al menos.

La pregunta sigue en pie: ¿Quién decide? Si he de juzgar por lo que vemos diría que navegamos por instrumentos, que dejamos que el viento sople y llene la vela y empuje. Nos abandonamos cómodamente al oleaje. Es tan romántico, es extremo, es aventura. Ya veremos qué haremos al borde de la cascada. Pero ¿de verdad hay cascadas? pensé que eran elementos para dramatizar los escenarios de cuentos infantiles.

Al mismo tiempo, en este trozo de tercer mundo que es México, la clase política discute la conveniencia de aprobar la pena de muerte para los criminales irredentos que han osado poner al descubierto la ineptitud del estado.

No preguntes quién decide. Es la víscera.

Qué triste humanidad. Miles de años caminando por la calzada de la civilización y parece que no hemos aprendido nada. El cerebro está resultando un adorno francamente ridículo.

06 diciembre 2008

Lejano cercano

El verdadero dolor de la muerte es la distancia, que extiendas la mano y no logres alcanzar al otro, al que te importa, o a ella, la que amas (si no tienes inconveniente, deja que estas letras giren en torno de ella y apenas un poco de los otros). Por eso la separación o el desamor son como morirse, porque nos dejan al borde de un abismo hondo e insalvable y en la otra orilla, ella borrosa, como un espejismo. Nos atormenta la duda de si sigue siendo real, si sigue ahí; pero aunque lo supiéramos con certeza, ¿qué del abismo?

La época navideña destila nostalgia, precisamente por lo que no está, por lo que se ha alejado en el espacio y en el tiempo. En mi casa habrá siempre una silla vacía (al menos una). Hay distancia pero no hay olvido; en este caso ella era mi hermana.

Otra hierba que alimenta esa tristeza decembrina tan delgadita es la lejanía de la infancia inacabada, de los cabos sueltos. Lo bueno es que no es tan trágico porque siempre habrá algunos niños cerca dispuestos a heredar la sencilla misión de ser felices con total simpleza, sin importar las vueltas y revueltas del mundo. Verlos es una suerte de alegría por sustitución; y eso vale, por supuesto.

Otra distancia es la limitación de no ser omnipresente. A lo largo de la vida vas atándote a la gente, que no es familia pero igual reclaman su trozo de corazón y pensamiento. Cuando llega el día de la cena familiar, del club exclusivo de lo consanguíneo, descubres que también te gustaría darte una vuelta por donde están en ese momento los amigos. Nomás para echar de habladas, repartir abrazos, confirmar que sigues al alcance. Sería genial poder estar en varias partes a la vez aunque fuera un día.

Están también los dolores del prójimo próximo, muchas veces inesperados. En estos días el abuelo tuvo un accidente; está algo mal, pero lo que realmente tiene enferma es el alma. A ratos no quiere saber más de nada. Ella se le murió hace un par de años y al abuelo le quedo un vacío gigantesco, un vacío entero que quema. Los hijos tal vez quisieran amarrarlo a esta vida para no heredar el vacío. La vida no es justa, es todo lo que puedo decir.

Cada fin de semana desde la ventana del comedor escucho que un muchacho habla por teléfono largamente. Es extranjero; a veces creo que es su madre quien está al otro lado. Su charla fastidia porque es escandalosa. Sin embargo, reconozco que es justa y necesaria. Y es que me recuerda que en mi adolescencia me encantaba una niña de mi grupo de segundo de prepa. No tenía teléfono en la casa y me iba a la esquina al teléfono público, que funcionaba con monedas. Me acomodaba y sacaba una veintena de monedas para hablar toda la tarde... hasta que se formaba una fila detrás de mí; la gente nomás de ver mi pila de monedas, se indignaba. Las señoras protestaban, los señores hablaban de prioridades y yo acababa colgando, atormentado por la distancia que no lograba salvar de una buena vez.

Luego de 20 años me reencontré con un amigo por email. En aquel tiempo él usaba unos jeans tan fachosos como los míos, estudiábamos medicina, nos encantaba el fútbol americano y el campismo. Con esa combinación bastaba para ser los mejores amigos. Planeamos encontrarnos dentro de unos días con nuestras familias.

La distancia también puede acortarse. Son compensaciones de la vida.

Hay otras treguas disfrutables. Tengo una amiga muy entrañable. La palabra que se usa para decir que ella me importa mucho es "cercana" y no es coincidencia. Cuando ella quiere estira la mano hacia acá, hacia el norte y sí me alcanza. Cuando yo quiero no estiro la mano, mejor la abrazo y hablamos de la vida cotidiana y de lo que se nos pega la gana. Me gusta como suena eso: "ella me importa".

Dios está cercano. Eso sí que vale. Lo cual me recuerda la razón por la que la temporada navideña, con todo y sus déficit, sigue siendo de lo mejor.

25 noviembre 2008

¿Estrés? N'ombre, ni le hagas caso

Recetas infalibles y probadas para desestresarse. Te las comparto porque estamos en confianza.

Cuando tenía 13 años

Conozco bien el metro del DF. Mi hermanito menor está en una guardería cerca del centro y un día me toca a mí recogerlo, otro a mi hermano Luis y otro a alguien más.

Luego de tanto viaje hay que echar mano de toda clase de trucos para no dejarse dominar por el hastío. Yo, por ejemplo, observo que en el techo del vagón hay dos largas hileras de lámparas fluorescentes. Las protegen una pantallas translúcidas. Cuento los tornillos que sostienen cada pantalla; calculo cuántos tornillos se requieren en el vagón. Hay 9 vagones. Ya sé cuántos tornillos de esos tiene el tren en el techo.

Esas cuentas me dejan listo para la dicha y los sueños.

Cuando tenía 15 años

Me levanto a media mañana; mis clases son en la tarde, así que no hay prisa. La mitad de la familia se ha ido a la escuela o al trabajo, la otra mitad somos unos flojos consumados.

Me dirijo al refrigerador y lo abro; saco un huevo. Ahora voy a la ventana de la sala y la abro. Miro desde nuestro segundo piso. Arrojo el huevo; a los dos segundos se estrella en el piso del estacionamiento. Cierro la ventana. Estoy listo para el trajín del día.

Cuando tenía 20

Voy al Sanborns ya noche, a la sección de revistas. Busco las de computación y en ellas los artículos sobre la línea Commodore. No tengo para comprarla y quiero el código de algún programa que sugieren. Así que miro y miro y miro la página hasta aprenderla.

Regreso a casa. Conecto el cpu a la tv, introduzco el código que recuerdo y no funciona. Como no tengo un medio de almacenamiento permanente, todo se pierde al apagarla. Volveré al Sanborns al otro día a ver qué falló. Pero esa noche duermo a pierna suelta.

Cuando manejo solo en carretera

Canto. Si es entre marzo y diciembre, elijo una navideña. En otros tiempos, tarareo cualquier cosa. Canto fuerte. A los tres versos me he callado porque la imaginación se va lejos. En ella charlo con quien quiero, llego a otros destinos, me anticipo a mis sueños y los cumplo.

De pronto reacciono. He avanzado 10 km y no lo recuerdo. He estado manejando sin darme cuenta. Simplemente no recuerdo lo que hice en los minutos anteriores. Sin querer me he quitado más estrés de la cuenta y sé que para sobrevivir hace falta aunque sea un poquito.

Me preocupo un poco, me estreso de nuevo y ya está. Listo para volver a cantar.

19 noviembre 2008

Estampas de pequeño

Tomado de http://recogedor.blogspot.com/2007/06/renault-gordini-y-r-8.html A los siete años seguía en mi natal Hermosillo. Mi amá nos llevaba al mar, a Bahía de Kino, que está a 100 km. Claro que en su renault 8 el viaje duraba más de una hora.

No teníamos radio en la casa, o si había nunca se encendía, por eso me intriga que en aquellos viajes los cuatro hermanos, de 6, 7, 8 y 9 años, fuéramos cantando una pieza de Los Payos, luego cantada por José Feliciano, que decía:

En la playa escribí tu nombre
y luego yo lo borré
para que nadie pisará
tu nombre, María Isabel

Estoy seguro de que no entendíamos gran cosa, pero nos parecía una canción para ir a la playa. La acabábamos y luego alguno la reiniciaba casi de inmediato. Cuatro voces infantiles repite y repite lo mismo más de una hora. No recuerdo que mi mamá nos dijera nada. Eso es heroico, ¿no?


Sabíamos que el infierno está abajo; obvio. El problema es que a veces necesitas hacer agujeros. No se puede jugar en la tierra sin algunos. Cuando se nos olvidaba lo del infierno, cavábamos sin preocupaciones. Hasta que de pronto te acordabas y te preguntabas si no habrías llegado demasiado lejos y entonces, espantado, a toda prisa tapabas el hoyo de 5 o 10 centímetros.

Los demonios ya no tenían salida. Estábamos a salvo.


¿Qué más se hace además de jugar todo el tiempo? Hablar, claro. Al menos hasta que a alguien se le ocurrió que la voz podía gastarse. Nomás por prudencia cada tanto nos decíamos que debíamos guardar voz para cuando fuéramos grandes y nos callábamos un rato.


Ay fecha fatal, cuando tuve aquella idea disparatada. Pensé que un día podrían cambiar las cosas, ser exactamente al revés. Imaginé que las cosas podrían caer hacia arriba. Lo imaginé con fuerza, al grado de angustiarme y desear, si eso pasaba un día, estar dentro de mi casa, para caer al techo nomás, porque caer hacia el cielo era horripilante para un niño.

Mi mente no siempre me trata amistosamente. Hasta el día de hoy me horroriza la idea de caer al cielo y debo hacer un esfuerzo por sacudírmela de la cabeza mientras corro a estar dentro de una casa.


En Hermosillo no llueve muy seguido. En una de las temporadas de aguas descubrí que no sabía cómo comenzaba a llover. Le pregunté a los demás y me dijeron burlonamente que ellos sí habían visto.

Una tarde jugábamos fuera. Cayó una gota gruesa. Me detuve en seco. Cayó otra por allá y otra más acá. ¡Comenzó el aguacero! ¡a correr!

Jajajaja, ahora sí sé cómo comienza la lluvia y ya nadie se burla de mí, jajajaja.

17 noviembre 2008

Medida de amor

El amor se mide con las zancadas que das corriendo para llegar a tiempo a su encuentro. No a tiempo; llegar antes por el ansia de las miradas y los besos.

El amor se mide con los brazos extendidos, la mirada al cielo, parado de puntitas, descosiéndose de risa, risa loca de enamorado que acaba de oír el sí; el sí quedito y luminoso.

¿Que cuánto te quiero? Así, y extiendo mis brazos, los extiendo mucho. ¿Que cuánto te amo? Así, mira, y corro a tu encuentro para no llegar a tiempo sino antes.

10 noviembre 2008

Masa embrujada

Y bien, ¿qué la pasa la gente? ¿qué hilos invisibles los mueve hacia el logro de objetivos comunes?

En agosto pasado vi un rato la ceremonia de inauguración de los olímpicos chinos. Aburridas como suelen ser, porque uno no está en el estadio para aturdirse con el sonido en vivo y perder y recuperar la vista a intervalos, es llamativo que hay cientos de personas (miles) en sencillas coreografías que son complicadas por las dimensiones y porque la escenografía magnifica las cosas.

¿Por qué danzan juntos, al unísono, todos? ¿por qué quieren aparecer ahí, masa mayúscula, masa humana, masa y masa? El líder que logra eso demuestra el poder misterioso de su influencia.

Millares van a la guerra y se matan. ¡Y algunos quieren hacerlo! Líder, ¿qué les diste? ¿qué embrujos secretos conjuraste, que discurso seductor pronunciaste, qué?

Muchos danzan, muchos combaten, muchos edifican, muchos protestan. Nos encanta que uno mande, que nos diga el camino, porque así no hay extravío. Y aunque lo haya y lo adivinemos, basta con que él sepa más y mire el futuro con el cinismo que quisiéramos, tratándonos paternalmente.

Claro que aborrezco los movimientos homogenizadores y la pretensión de uniformarme. Prefiero sentirme desprotegido, que me caiga confianzuda la lluvia por no andar bajo el paraguas del líder impecable. Quiero más la libertad de mis tripas y mi encéfalo que tener calor prestado en la epidermis.

Pero no debo pasarme de listo, porque hay organizaciones de masas que buscan aires democráticos y críticos. Y además, es imprescindible estar organizados. Y alguien debe tomar las decisiones últimas. Me gusta la idea de una orquesta, en la que todos tocan a conciencia, no dos o tres compaces tras el director, sino a la par de él.

Hay un liderazgo bueno, se ve. El otro es una lepra.

24 octubre 2008

Tiempo del fin. día del Señor

lo importante es quién viene, no la segunda venida como noticia

un paralelo con la historia de jeremías

Jeremías fue un profeta que vivió con el corazón en la mano y el Jesús en la boca. Dios lo llamó a una tarea que le estrujaba el corazón todos los días. Se la pasó llorando por su gente, haciendo corajes contra sus enemigos, desesperado por las calumnias. Siempre a un tris de morirse de pena.

La nación a la que tuvo que predicarle tenía algo más de 800 años de existencia. No son pocos, y si le sumamos el tiempo de los patriarcas tenemos que como pueblo escogido desde Abraham acumulaban la friolera de 1,400 años. No todo mundo puede jactarse de esa historia.

El tiempo transcurrido fue más que suficiente para modelar la imagen tradicional de los israelitas... por fuera. Eran, en el papel, el único pueblo monoteísta, poseedores de una misión mundial y dotados de dones sobrenaturales. Al lado de las demás naciones lucían excéntricos, demasiado diferentes para suponer que su modo de ser fuera producto de su ingenio o la creatividad de algún líder visionario. Su dios oficial, por mencionar algo, era invisible, santo hasta el extremo y alegaba ser el creador de todo, de todo, de todo. De t-o-d-o.

Eso es demasiado.

Lo mejor del asunto es que los israelitas tenían en las manos las pruebas de que era cierto. Pero lo inexplicable es que en 1,400 años el tiempo de verdadera fidelidad de Israel al Dios que los había salvado era ridículamente poco. Su rebeldía era tan constante que llegó un momento en que se incorporó a la esencia de la nación. Primero internamente; por fuera siguieron siendo jehovistas, pero en el fondo envidiaban a los otros, los libres, los que podían creer en lo que les diera la gana y tener esas orgías de dioses en cantidad. No pasó mucho y al fin salieron del clóset y de una vez llevaron ídolos al mismísimo templo de Dios.

Ésa fue traición de la peor calaña.

Ahora es cuando aparece Jeremías, cuando la nación se dirige alegremente al precipicio. Babilonia, al oriente, ha acabado con los temibles asirios, los lejanos lidios y pronto humillará al poderoso ejército egipcio. En medio del escenario, Palestina. Y ahí, lo que queda de Israel, el reino del sur, Judá, y el resto desnutrido de las doce tribus, lo que sobrevive.

El mensaje de Jeremías fue simple y repetitivo: "Hermanos, Dios los eligió para que fueran santos y sus mensajeros; hizo un pacto con ustedes: si son fieles, podrá protegerlos y bendecirlos; si no lo son, nos los obligará, tendrá que irse y los dejará a su suerte". Ay, pero eligieron romper el pacto; querían las bendiciones pero no las responsabilidades. Ay, de tanto ver las pulidas piedras del templo lo imaginaron casi con vida propia. No podía ser cierto lo que decía el profeta; a Jerusalén no puede pasarle nada ¡porque aquí está el templo sagrado!... ni modo que Dios destruya su propia casa, ¿verdad?

Dios era un padre persistente, pero se le habían acalambrado los brazos de tanto extenderlos; esos hijos ingratos lo habían humillado demasiado. Agradecían a figuras inertes de madera y piedra la lluvia de Dios; adoraban imágenes repugnantes y suponían que Dios, al fin un dios, estaba confinado a las fronteras físicas de Judá, obligado como el genio de la lámpara a conceder deseos.

Las profecías falsas caían una a una sin cumplirse, mientras los dichos de Jeremías se cumplían con estremecedora exactitud. Y aunque los profetas falsos mentían descaradamente, los judíos les creían y perseguían a Jeremías ¡por decir la verdad!

Un día la ciudad santa amaneció rodeada por las hordas incontenibles de Babilonia. Jeremías volvió a tener razón y por eso lo echaron en un pozo fangoso, para matarlo lentamente, enterrado en vida.

El asedio contra Jerusalén duró tres años. Las madres delicadas y correctas se habían comido a sus hijos pequeños por la hambruna. Jeremías, ay, tuvo razón otra vez; tristes profecías cumplidas que sólo hablaban de desolación. Los muertos se acumularon en las calles. El templo de Salomón, descuidado, profanado, estaba sentenciado.

Un día ya no hubo ciudad. Los babilonios entraron para arrasarla, quemaron palacios y casas, derribaron los muros. Mataron a los nobles, expulsaron a todos, robaron todo, dejaron nada. Sólo cerros de muertos, sin rey, sin nobles, sin sacerdotes, sin templo, sin muro, sin alma se quedó el país rebelde y ligero.

Jeremías llora ríos; no es tristeza, no es pena, es un puñal clavado en los pulmones que no lo deja respirar, es un mazazo en el pecho que lo dejó seco y con la entraña muerta. Sus hermanos están muertos y Dios se fue. Él lo vio irse, Dios con la cabeza gacha. Es más de lo que se puede aguantar.

Esas calamidades cataclísmicas eran de una dimensión tan extraordinaria que en el Antiguo Testamento se conocieron genéricamente como "día de Jehová".

Qué bueno que descansas en tu tumba, Jeremías, porque viene, está cercano, el gran día del Señor. La calamidad amenaza al mundo entero, pero esta vez algunos escucharán, porque no hablamos como tú sólo a un pueblo sin remedio; somos Elías en el cerro y ahora sí saldremos ganando.

11 septiembre 2008

esa guerra de porquería

El efecto alienador de los medios da sus frutos. Videojuegos, invasión de la privacidad, desvalorización. Ahora estamos bien preparados para la guerra, el emprendimiento destructor por excelencia, que demanda la despersonalización y una entrega completa de la voluntad a un destino de autoinmolación.

Poco importa de qué guerra se trate. Si es una incursión militar, aderezada con esas hipócritas reglas internacionales y llamados al honor, o una lucha entre pandillas o un lance político revolucionario.

Y poco importa también no ser combatiente, porque los civiles cuentan y siempre hace falta carne de cañón.

¿Qué nos pasó? ¿En qué momento entre el árbol de primates y el rodar de los autos en el pavimento perdimos el paso, el ritmo y la moralidad? ¿Qué virus degradante nos pudrió la entraña y nos echó en un pozo de desprestigio que hasta los animales renegarían? ¿Cómo explicar el racismo, la violencia y ¡peor! la indolencia?

Las películas y series bélicas de antaño pintaban con romanticismo y pudor sus historias. Nos engañaban, sabíamos que lo hacían. Los muertos no tenían sangre, los héroes nunca morían, el bien triunfaba y ni una sola vez sufrían los niños. Pero nos engañaban. Cuando se corrió la cortina no vimos sangre sino más, vimos vísceras y dolor, lenguaje depuradamente violento, vómito y heces, violación, depredación consumada. A punta de efectos especiales las nuevas producciones apenas logran salvar el honor.

Ay, honor, no sé qué serás pero sí sé que eres letal.

No hemos avanzado hacia la transparencia sino hacia la oquedad. Creímos que siendo más crudos y naturales escalaríamos nuevas alturas, volaríamos. Despojados de la cáscara artificial de las buenas costumbres, renunciando de una vez por todas a un rubor estorboso, nos lanzamos al infinito. Pero en lugar de eso caímos pesados y sosos.

Al menos antes estaba el atractivo del misterio, de la mirada furtiva a la caja de Pandora por una rendija controlada. Hoy la caja está vacía y el aire viciado se llenó de porquería.

No que fuéramos buenos, pero como había romance suponíamos luminoso el futuro. Y la sorpresa ahora, que nos hemos lanzado desnudos a la vida, es que no hay futuro.

No somos benditamente transparentes. Extendimos las manos y, ay, están vacías. Curioseamos en el sexo para desarmarlo; escarbamos en la naturaleza para lanzar atómicas sobre los pueblos que miran sospechosamente. No, curiosidad no era; era vil depredación.

Válgame, ni siquiera somos depredadores inteligentes, que administren su presa. Estamos devorando un cadáver en medio de gritos festivos y el cadáver somos nosotros mismos.

20 agosto 2008

Iglesia alimentadora

Uno de los deberes del estado es la distribución de la riqueza, para ofrecer la oportunidad de progreso a todos sus ciudadanos. Algunos estados han elegido hacerse cargo (y los críticos los llaman populistas), mientras otros lo han dejado en manos de las fuerzas del mercado (y los críticos los llaman neoliberales).

Si una nación tiene una brecha grosera e insalvable entre sus clases sociales (hay pobres muy pobres y ricos muy ricos) y si una franja muy amplia de gente vive miserablemente, no importa qué se alegue o a quién se culpe, el estado en resumidas no está cumpliendo su deber.

Otra manera de decirlo es que la prosperidad de una nación y de sus individuos particulares es una medida de la eficacia del estado.

Pues bien, lo mismo puede decirse de la iglesia como organización.

En la Biblia uno de los conceptos más claros, aunque tenga diferentes nombres, es el de la mayordomía. Algunos la han definido como la administración de los recursos que Dios ha puesto en nuestras manos. Si los administramos bien, somos buenos mayordomos.

Concuerdo con la idea pero también creo que se queda muy corta. Primero, porque nos pone en el papel de empleados y a Dios en el de capataz; segundo, porque orienta la administración a los resultados cuantificables y se centra en nuestro desempeño.

Sin embargo, la Biblia insiste desde el principio en la intención divina de presentársenos como un padre. Es creador y rey, digno de adoración, y nosotros somos criaturas y siervos. Con todo, a Dios le encanta la idea de tratarnos paternalmente, hacernos sentir en confianza, queridos, respaldados; se muestra abierto y tolerante, siempre dispuesto a recibirnos de vuelta. Señala el mal, procura eliminarlo, pero trata de salvar al malo haciéndolo bueno.

Él nos quiere hacer una familia, en pocas palabras. Y resulta que una de las metas de la familia es que todos prosperen, tengan lo que necesitan, se acerquen a la felicidad y se queden ahí. Como las familias sanguíneas velan por el bienestar de sus miembros, los cuales se protegen mutuamente, la familia religiosa ideal intenta que todos estén sanos, que no pasen necesidad, que crezcan en todos los sentidos. ¿No es eso justo lo que dice Pablo cuando compara a la iglesia con un cuerpo?

Eso nos impone una responsabilidad. Y es que todos hemos recibido algo que le falta a otro. Somos mayordomos de ese bien para que alguien más sea mejor y más feliz, de modo que su bienestar se me devuelva en satisfacción como dador que soy. La mayordomía, pues, no tiene como objetivo que aprendamos a sacar la décima parte del salario y nos acostumbremos a entregarlo cada tanto en la iglesia. Más bien, la meta es hacernos asumir el papel de solucionador y proveedor de mi familia, la iglesia. Doy no para ser un buen mayordomo, sino porque mi hermano, mi mamá, mis primos, los abuelos lo necesitan; doy porque no es justo que no dé, porque alguien más tiene menos y sufre. No doy para mantener a alguien, sino para satisfacer necesidades y mantener lazos.

La meta de la mayordomía no es recordarme que un séptimo de mi tiempo semanal le pertenece a Dios y debo entregárselo. La mayordomía me dice que la familia necesita mi tiempo, que mi padre celestial quiere fiesta y nos invita a su mesa. Dedico tiempo, el sábado, para ver a mis hermanos, para oír a mi papá celestial, para pasarla a gusto, para alimentar el alma del otro.

Hay familias tan agradables que uno quisiera ser parte de ellas. Algunas crecen porque adoptan a amigos y vecinos. No son familiares consanguíneos, pero acaban siendo familiares por elección. Y sí, en las celebraciones ellos están incluidos, comen en la casa regularmente, intercambian favores, se prestan herramientas, ven deportes juntos y comparten aficiones.

La iglesia debe volverse una familia tan agradable que otros quieran pertenecer a ella; porque nuestras puertas y el corazón están abiertos a su presencia. El verdadero evangelismo es traer de vuelta a quienes aún no son de la familia y están lejos, quizás sin saberlo.

Pero si la iglesia no atiende a los suyos, si hay una brecha entre miembros prósperos y saludables y los miembros en desgracia y crisis, sin la intención de cerrar esa separación. Si no somos buenos mayordomos con los nuestros, con los de casa, no habrá evangelismo que cuente.

O, para decirlo en otras palabras, la medida de nuestro éxito como mayordomos es el grado de prosperidad y bienestar que goza la iglesia y sus miembros individuales. La medida del éxito evangelístico es cuán atractivo y deseable es para los de afuera ser parte de la familia y entrar.

24 mayo 2008

¿Era tecnológica? No, de futurología

Decir que la tecnología ha avanzado es un lugar común y una sandez. La frase se ha gastado tanto que es difícil pensar si hubo antes una era sin tecnología. Pues ésa es precisamente la obviedad, que no la hubo. La tecnología siempre la hemos tenido de compañera, así sea rudimentaria. Lo que en todo caso es nuevo es que ahora se trata específicamente de tecnologías de la información. Y más notable aún es un cambio relativamente reciente: la prisa por saber qué sigue. Los seres humanos siempre hemos sentido una misteriosa y ensoñadora fascinación por el por venir. Ahora, sin embargo, ser futurólogo es realmente accesible y fácil; y no duele ni empobrece a la gente de a pie. Mira, si hasta los de CNN se equivocan, que no le atinemos nosotros a un pronóstico es lo de menos.

Cuando aún vivía Jorge Luis Borges (muerto hace algo más de 20 años), quizás el más grande escritor argentino, ya se decía que era cuestión de tiempo para que los libros desaparecieran. Serían obsoletos, gracias a la tecnología. Error, sigue habiendo libro para rato. Y Borges lo sabía.

Es curioso que ni el papel para la vida cotidiana haya desaparecido. Las impresoras son tan comunes como tener dos teles en la casa (¿tres?); y ¿para qué quiere la gente impresoras si nadie escribe cartas y las tareas se pueden grabar en un pe-de-efe que llevas en tu uesebé? Qué raro; ahora que nadie imprime hay más impresoras que nunca y el papel se vende feliz de la vida.

El comportamiento humano sigue siendo lo suficientemente complejo como para resistirse a los pronósticos. Por eso resulta más fácil hacer películas de ciencia ficción ubicadas dos o tres mil años más adelante que ambientadas, digamos, en el 2020, que está a la vuelta de la esquina y demostrará, cuando llegue, que no le atinamos al futuro, otra vez. En cambio, ninguno de nosotros llegará a la época de La guerra de las galaxias como para desmentirla.

Con todo y tecnología moderna, la naturaleza humana sigue funcionando bajo los mismos términos. Algunos dicen que la biotecnología permite sustituir una importante proporción de órganos en el cuerpo humano. Podría uno estar hecho al 50% de acero, plásticos y materiales exóticos, pero la mente sigue el dictado de siempre. Claro, un tanto más revolucionado.

Mira lo que he escrito para ilustrar, que el cerebro está más revolucionado. Pero ésa es una imagen que se entendía mejor cuando se tocaban esos discos negros, grandes, de vinil, los famosos lp, que giraban a 33 revoluciones por minuto. Aumentar la velocidad era aumentar las revoluciones.

Quizá parte del problema de hacer pronósticos tecnológicos o de cualquier tipo, es que los hacemos en términos de lo que hoy ocurre. Usamos las palabras, la lógica, las fórmulas discursivas actuales para disfrazar los sueños con un pretendido vestido de mañana.

Me vas a decir que eso es inevitable porque, después de todo, no tenemos más lengua que la actual. O no tanto. Tal vez sea tiempo de desprenderse de los paradigmas y los axiomas y los dogmas.

Te lo ilustro.

La mayor parte del tiempo la gente que se dedica a buscar vida en otros planetas comienza por buscar agua líquida, carbono, nitrógeno y, en fin, aquello de lo que estamos hechos los terrícolas. Pero hasta recientemente se piensa en otros términos, luego de descubrir que en nuestro planeta hay formas de vida que sobreviven a temperaturas muy altas, a altos niveles de alcalinidad y otros parámetros que antes sonaban incompatibles con la vida estándar, la normal, la que estamos habituados a ver.

Pues bien, para la futurología podría ser interesante cambiar de perspectiva, mirar por otro ángulo. En lugar de preguntas obvias como si habrá robots cuasihumanos o auto voladores, podríamos reflexionar en qué cosas seguramente sobrevivirán al paso del tiempo y qué nos dice eso del modo de ser de las personas. ¿Difícil? Nomás recuerda que hay panaderías que siguen haciendo pan con leña. Y que sabe delicioso, por cierto.

Escrito como ejercicio de una revista piloto de un par de ex alumnas de Ciencias de la Comunicación. Pero, bah, quién se va a fijar que fue a parar a este rincón.

12 mayo 2008

vs. palabra vs. imagen vs. idea vs.

El evangelio dice que en el principio era el logos, la palabra, el verbo. Me alejo del significado teológico y tomo la declaración como punto de partida para echar a andar por la senda literaria. Y ahora propongo: en el principio era la palabra, pero antes fue la idea y después seguirá la imagen.

Oí que una persona sugería a unos cuentistas novatos que pulieran las palabras, que abrillantaran el idioma. ¿El consejo? El lugar común, la lectura.

Pero no estoy de acuerdo.

Los correctores y redactores pulen las palabras. El personal de oficina que hace cartas y comunicados y los abogados que redactan contratos, ellos sí miden las palabras con regla y compás. Hasta los investigadores que intentan recrear en pocas cuartillas años de experimentos y estudios dependen del rigor de sus escritos.

Los escritores no; ellos enamoran las palabras para vestir sus ideas que nacen desnudas en la mente. Un autor debe conocer bien las palabras pero no con un fin utilitario, no como herramientas de precisión, sino como vehículo de pasiones o como reveladoras de misterios. No se le exige precisión sino puntería; no rigor sino viveza.

Por eso mismo está mal el enfoque de la lectura, como estrategia para ser mejor escritor. Si se lee para ser culto, vale. Si se lee para que se nos contagie el genio de los autores del Olimpo, quizás. Pero más debe hacerse para nutrir la cabeza, llenarla de imágenes en un tráfico con choques y reacciones en cadena que hagan brotar borbotones de ideas desnudas que gritan por palabras.

El mal de estos últimos años es que las historias están hechas de meras imágenes efervescentes, que se disiparán al menor descuido; porque carecen de la profundidad que da un buen texto detrás de ellas.

El mal de estos últimos años es que los relatos están hechos de textos delgaditos que pasan la prueba del corrector de textos pero carecen de la sangre y la vida que da una buena trama.

Las buenas tramas son, en realidad, buenas ideas.

02 febrero 2008

Justicia para el pasado

Leí de una disputa entre Alemania y Polonia por la posesión de una partitura de Mozart (La Jornada). En el fondo del asunto se encuentra el resentimiento de un pueblo que perdió millones de vidas y, relacionadas con este caso en particular, miles de obras de arte.

Estos pleitos son comunes (véase también en La Jornada la historia de "nuestro" penacho) y son un fiel reflejo de las complicaciones de los tiempos modernos. Es que se trata de ser políticamente correctos al hablar de trofeos de guerra, de guerras en las que, claro, todos tenemos una posición definida.

Alemania y Polonia están en paz, por encimita, porque algunas cicatrices son demasiado prominentes para que funcione, incluso, mirar a otro lado.

Ahora bien, supongamos que como en plena unidad, en un ejercicio de contrición, los alemanes acordaran compensar a sus antiguos enemigos. ¿Qué podrían hacer? ¿qué podrían dar? Si donaran miles de piezas de arte propias, las mismas seguirían siendo alemanas, sin importar dónde se guarden. Si mataran a 6 millones de conciudadanos para pagar ojo por ojo cada muerto polaco, seguirían así, muertos.

Por otro lado, ¿qué implica que uno tenga en su museo una pieza de otra nación? (nada que ver con los tesoros egipcios que pepenaron los ingleses a manos llenas). Quizás alguna pequeña ventaja académica, comercial y, especialmente, mediática. Así que, en términos prácticos hasta sería una lata hacerse cargo del resguardo seguro y la preservación a largo plazo de una obra muy reconocida. Porque esas cosas cuesta mantenerlas y ponen nerviosos a los encargados de la seguridad.

Y el pleito es más común de lo que parece. Ocurre desde la infancia. Tu hermano te la ha hecho, lo acusas con tu mamá, ella lo regaña o le pega, y tú disfrutas el momento. Puede no haber habido restitución (no siempre se puede), pero hubo venganza, humillaste al otro, probaste que puedes, y el poder es deleitoso y marea.

Quizá eso realmente quieren los polacos. Podrían entregar la partitura en cuestión si hacerlo les garantizara que los germanos se humillarán, que quedarán en vergüenza. Pero vaya manera de subsanar el pasado, ¡jodiendo el presente!