11 septiembre 2008

esa guerra de porquería

El efecto alienador de los medios da sus frutos. Videojuegos, invasión de la privacidad, desvalorización. Ahora estamos bien preparados para la guerra, el emprendimiento destructor por excelencia, que demanda la despersonalización y una entrega completa de la voluntad a un destino de autoinmolación.

Poco importa de qué guerra se trate. Si es una incursión militar, aderezada con esas hipócritas reglas internacionales y llamados al honor, o una lucha entre pandillas o un lance político revolucionario.

Y poco importa también no ser combatiente, porque los civiles cuentan y siempre hace falta carne de cañón.

¿Qué nos pasó? ¿En qué momento entre el árbol de primates y el rodar de los autos en el pavimento perdimos el paso, el ritmo y la moralidad? ¿Qué virus degradante nos pudrió la entraña y nos echó en un pozo de desprestigio que hasta los animales renegarían? ¿Cómo explicar el racismo, la violencia y ¡peor! la indolencia?

Las películas y series bélicas de antaño pintaban con romanticismo y pudor sus historias. Nos engañaban, sabíamos que lo hacían. Los muertos no tenían sangre, los héroes nunca morían, el bien triunfaba y ni una sola vez sufrían los niños. Pero nos engañaban. Cuando se corrió la cortina no vimos sangre sino más, vimos vísceras y dolor, lenguaje depuradamente violento, vómito y heces, violación, depredación consumada. A punta de efectos especiales las nuevas producciones apenas logran salvar el honor.

Ay, honor, no sé qué serás pero sí sé que eres letal.

No hemos avanzado hacia la transparencia sino hacia la oquedad. Creímos que siendo más crudos y naturales escalaríamos nuevas alturas, volaríamos. Despojados de la cáscara artificial de las buenas costumbres, renunciando de una vez por todas a un rubor estorboso, nos lanzamos al infinito. Pero en lugar de eso caímos pesados y sosos.

Al menos antes estaba el atractivo del misterio, de la mirada furtiva a la caja de Pandora por una rendija controlada. Hoy la caja está vacía y el aire viciado se llenó de porquería.

No que fuéramos buenos, pero como había romance suponíamos luminoso el futuro. Y la sorpresa ahora, que nos hemos lanzado desnudos a la vida, es que no hay futuro.

No somos benditamente transparentes. Extendimos las manos y, ay, están vacías. Curioseamos en el sexo para desarmarlo; escarbamos en la naturaleza para lanzar atómicas sobre los pueblos que miran sospechosamente. No, curiosidad no era; era vil depredación.

Válgame, ni siquiera somos depredadores inteligentes, que administren su presa. Estamos devorando un cadáver en medio de gritos festivos y el cadáver somos nosotros mismos.