26 noviembre 2009

Elijo

Las pantanosas honduras de la estupidez humana sólo han podido ser alcanzadas debido a la genialidad de esa misma especie. Se deshace como polvorón de maíz, estalla en migajas y cubre todo. Destila miseria y cuando se piensa que ha tocado fondo, el genio maligno que la impulsa le enseña a taladrar el suelo rocoso para descender más. No con elegancia, por supuesto, sino sanguinariamente.

No hay otra explicación a la actitud y actividad depredadoras de la clase política que dirige el mundo, y en especial los países latinoamericanos, y más específicamente México. La estupidez del gobierno federal y la insultante ambición de los que se dicen de oposición, son una afrenta constante a la dignidad humana.

No, la mera codicia no podría ser la causa de semejante emprendimiento autodestructivo. ¿Desprecio por la vida? Algo hay de eso.

Es algo más, ¿qué es? ¿cuál es el engrane clave de la maquinaria del odio? ¿qué tipo de neoplasia infrahumana ha sustituido el tejido racional, creativamente emocional de la gente?

Algunos eligen lanzarse al precipicio o arrojarse sobre el botín. Yo elijo creer. Elijo pensar que Uno está ahí con la respuesta y el remedio perpetuo.

18 noviembre 2009

la provincia comienza nomás saliendo, adelantito de la capirucha

Tomas la vía como que vas a Toluca, aunque en realidad enfilas hacia el bosque La Marquesa. Árboles no se le ven muchos, pero sí amplias planicies que los paseantes de fin de semana se han encargado de mantener ralas de pasto.

Me gustaría siempre detenerme a comer ahí esas geniales quesadillas, no todas con queso, en tortillas de maíz hechas a mano, largas, ovaladas, como corresponde. Salsa verde, por supuesto

No te detengas ahí pues hay que tomar la desviación que lleva a Ixtapa de la Sal. La carretera angosta, de dos carriles, serpentea y mantiene animado el camino, salpicado de pueblitos. El último, con pinta de ciudad, pueblo, ciudad, es Tenango del Valle.

Viví ahí casi un año. Su clima era tan desagradable y húmedo que las moscas ya no volaban en la hora en que arreciaba el frío y amanecían muertas. Y vaya que había muchas porque en la zona había mucho ganado ovejuno y mucha matazón de animales y mucha barbacoa y muchas moscas. ¿Percibes a lógica?

Quizás el frío era una bendición para librarnos de esos bichos.

El camino de cemento se acababa a cinco metros de la casa. Era más bien un edificio con cuatro departamentos extraños y feos. El nuestro al fondo y abajo. Tenía cochera, pero como era una lata coordinarse con los vecinos para meter los carros y sacarlos sin estorbarse demasiado, prefería lidiar con un burro afuera.

Frente al portón, con la calle de tierra a cinco metros del camino de cemento, había justo el espacio para estacionar mi carro. Delante, la esquina; detrás, un poste de luz. Justo mi carro y nada. Lo malo es que algún vecino pensaba lo mismo y si yo llegaba tarde encontraba el sitio ocupado por un burro. Sí, de verdad, no como los de Discovery Channel en 2D. Pues entonces yo tenía que buscar estacionamiento más lejos; una molestia, de verdad.

O el burro o yo, es el resumen del conflicto. También podría enunciarlo así: o frío o moscas. O capital o provincia.

Ah, ya sé, también así: o post largo y sesudo en tu blog o desnutrido comentario al vuelo en facebook.

16 noviembre 2009

El hipotético planeta pequeño con 15 o menos habitantes que reveló la intersección feliz de la hijedad y la paternidad

En estos días mi hija y yo tuvimos una de esas charlas padre-hija, de las que calan y fundan futuros venturosos.

Hablamos de un planeta pequeño (idea de ella) donde no puede haber más de 15 habitantes a la vez. Todo habría comenzado con una pareja que procreaba un hijo cada año, de diferente género, que serían fértiles llegados a los 20 años. Omitiendo el problema de la endogamia y el perfil incestuoso del modelo planteado, propusimos que se irían formando nuevas parejas que procrearían igualmente un hijo cada año, fértil a partir de los 20 años. Sin embargo, puesto que el planeta no puede albergar más de 15 habitantes simultáneamente, ella agregó al modelo un láser que eliminaba los excedentes.

Entonces surgió la gran pregunta, la que nos consumió la mayor parte del tiempo.

Antes, algo de contexto.

Nació en medio del otoño dos semanas antes de cambiarnos a un pueblo de inviernos rigurosos. Muy pequeña dormía acurrucada y abrigada entre su madre y yo. Aunque siempre tuvo su cama y luego su cuarto, con frecuencia volvía a reclamar su espacio en el nido. Bueno, nomás arribar a la adolescencia pareció olvidar el calor que disfrutaba y como que renegaba de sus asaltos de la infancia. Pero cada tanto vuelve a la carga y con todo y su matrícula universitaria sin ruegos ni miramientos simplemente se posa en la cama, roba casi toda una almohada y en medio de la noche, la luz apagada, le receta a sus padres su hablar interminable y la amenaza de quedarse a dormir con nosotros, para lo cual secuestra un trozo generoso de cama.

Ahora entiendes el escenario de la charla, que se quedó en que surgió la gran pregunta (su madre había perdido el interés en la cuestión casi desde el principio, porque esos ejercicios le parecen más dignos de extraterrestres ociosos; y puede que tenga razón).

La hija pensó que podría llegar un momento en que el láser-control-natal podría acabar eliminando una cantidad espantosa de gente. Tras un poco de discusión la tranquilicé diciéndole que, dado que en cualquier instante no habría más de 15 habitantes, nunca podrían formarse más de 7 parejas (en un modelo monógamo y de géneros en números similares, por supuesto) y nunca habría más de 7 nacimientos. Luego entonces, lo más que tendría que hacer el láser sería eliminar 7 seres al año, lo cual suena bastante decente.

Ambos quedamos conformes con la conclusión. El tiempo había volado, era muy tarde. Se fue a dormir a su habitación. Nos quedó la sensación de que había sido un rato bien aprovechado y la mar de divertido.

13 noviembre 2009

filosofía pétrea

Las ideas son piedras arrojadas al lago de la mente. No se han insinuado siquiera las primeras ondas cuando ya corro a sacar las palabras de emergencia, siempre en guardia tras el cristal que dice: “rómpase en caso de provocaciones, retos de toda laya, neuronas afrentadas o alma que se leuda”.

Me revive liberar palabras, para congelar con ellas esas ondas divertidas.

Propongo un nuevo uso para la piedra de la filosofía: paladear el mero acto de pensar, sin preocuparse en lo más mínimo si las respuestas llegarán temprano o tarde o nunca.

¡Que comience la fiesta de piedras!

16 agosto 2009

Adivina quién es el reflejo

¿Dónde comenzó todo? ¿quién lo comenzó? Me parezco tanto al diario que leo diario; estamos mutuamente endeudados, se ve.

En cuanto a la vida en suma, ¿qué fue primero, la tv o la realidad? Si el flujo del tiempo y las partículas que nos movemos en ese fluido fue imaginada por el Guionista y hecha posible por el Productor y ofrecida generosamente por el Presentador, si soy un personaje, ¿qué sigue? ¿hay un capítulo donde arribo a la felicidad? ¿cuándo me matan o me olvidan, que es lo mismo?

No, no me digas que los medios imitan la realidad; por favor, no me lo digas, no me desengañes. Nos parecemos tanto; seguro somos, por lo menos, hermanos, hijos de una misma historia, o imágenes especulares unos de los otros. Y ahí, en la línea infinitesimal donde nos unimos, donde seguimos siendo siameses, ha surgido la maravilla, la suma perfecta, la quimera sintética que dominará el planeta y el futuro: ¡el reality!

Es más que la realidad y más que los medios. ¡Loa al reality! ¡larga vida a ese portento capaz a una de seguirnos los pasos y andar delante!

12 agosto 2009

Oficina

El aire que se cuela por las celosías del tragaluz siempre me pone de malas. Por las noches, cuando se extiende la jornada de trabajo, y te quedas solo en el edificio de la facultad, produce un aullido que a ratos inquieta. Vas concentrándote en la tarea, aporreas el teclado de la compu y de pronto una ráfaga de viento resopla, te espanta y de postre provoca los portazos que te hacen maldecir diez veces más al conserje.

Pancho, Pancho, cuándo carambas arreglarás las puertas para que no se azoten.

El tipo tiene casi ochenta años y aquí sigue, más estorbo que ayuda real. Y ni siquiera es de los contadores de anécdotas sabrosas, alimenticias. No estudió, no recorrió el mundo y sus tres hijos resultaron igual de grises. Y lo único que le pido, que es arreglar las puertas y pedir que tapen esas canijas celosías, no lo hace.

El problema es de noche, claro; de día ni te fijas, con el ruidajo de los estudiantes zapateando por los corredores o las voces con eco de los docentes que a coro repiten su cátedra.

El problema es de noche porque el edificio se pone realmente oscuro. Yo soy algo nervioso y no me gusta que entre mi oficina y la salida haya un tramo largo que tienes que recorrer casi a tientas cuando sales. Y mientras doy esas decenas de pasos, los muebles truenan conforme sueltan el calor al fresco nocturno, las puertas se azotan otra vez, las sombras poliédricas se desarman y se reagrupan a mi vista y hasta mi propio reflejo en las superficies cromadas de aquellas dos macetas sugieren un acompañante.

Ya en la puerta se me atropellan los dedos buscando la llave y en los pocos segundos que tardo en abrir, siento que el vestíbulo oscuro se ennegrece y como que se me recarga en la espalda empujándome contra la puerta de cristal.

Salir es de reírse porque todo ha sido una tontería. Siempre, por supuesto. Éste es un edificio que nunca albergaría ni media presencia maligna, si las hubiera. Me enoja saberlo y no poder controlar mi miedo irracional. Supongo que viene de la infancia remota. Al menos yo siempre le echo la culpa a esa noche que quise atravesar el patio hacia el cuarto del fondo, el destinado a la criada que hacía como que nos cuidaba. Totalmente despreocupado eché a andar por el pasillo de cemento que serpenteaba unos metros cuando de repente se cruzó un gato pardo, que se espantó tanto o más que yo y a una salió corriendo y chillando. Yo grité igual, regresé corriendo y pálido y lloré mucho rato. El vaso de agua con azúcar y sal no sirvió para borrar mi temprana conciencia de que ahí, en la negrura, siempre hay algo.

Y no lo hay, qué fastidio. Me lo repito. No hay nada. Cómo haré para entenderlo de una buena vez. Ni modo que un monstruo horripilante, de garras pastosas y aliento nauseabundo me salga al paso para devorarme. Es una tontería pensarlo.

Ya estoy fuera, es lo bueno. Recorro el estacionamiento bajo la bendición del alumbrado cobrizo que me libera de temores. Mi auto es el único. En un rato estaré en casa y dormiré a pierna suelta, merecidamente, porque la jornada de clases ha sido extenuante.

Sin embargo, no necesito llegar para darme cuenta de que he olvidado las llaves, el celular y la pluma. Qué lata con ese vicio mío de sacar todo lo que traigo en las bolsas y dejarlo en el escritorio. Y no dejé la cartera porque no traigo.

Camino de vuelta, pienso en cualquier cosa con la llave de la puerta de cristal ya en la mano. La abro con agilidad. Penetro en la cueva oscura con paso firme. No hay nada aquí, los monstruos no existen, me digo muy de paso, los fantasmas menos. ¿Un demonio? Bah, es ridículo.

Un tronar de muebles y pierdo el paso. Vuelve el reflejo de las macetas. Canta tenebrosamente el viento. Maldigo a Pancho. El empujón en la espalda me acelera. Camino y camino. Alcanzo la puerta de mi oficina, prendo la luz exterior para poder hallar la cerradura. Abro y me detengo. Me detengo sin respirar y pálido en el umbral, con la mano aferrando firmemente el picaporte.

En mi asiento, trabajando sin preocupación, estoy yo, otro yo. Levanta la mirada, se cruza con la mía y también se cruzan grito, portazo y ventarrón.

16 junio 2009

Amor eterno, amor extinto

Entró la ciencia en la casa y la política. Un amigo de la secundaria me reveló la historia del 68 en Tlaltelolco apenas 7 u 8 años después. Todo estaba tan fresco. El futuro era la izquierda. Incluso cuando me dijo que él deseaba irse a la sierra para unirse a la guerrilla, me nació una envidia totalmente justificada.

Yo no podría hacer eso, era un idealista. Lo soy.
En medio de la turbulenta adolescencia y el mar de ideas revolucionarias, ¿cómo podría hacer Dios para atraer a un cuasi discípulo de Oparin y Darwin? Con una mujer.

A los 15 años asistí casi sin querer a un evento de la iglesia adventista que duró una semana. Ahí la conocí. Nos gustamos de inmediato. Y sin resistirme asistí con regularidad a unos cultos que antes despreciaba. Ella estaba ahí y eso bastaba.

Lo malo es que su padre leyó mis cartas y le pareció demasiado romance para ser saludable y prohibió tajantemente la relación e incluso que me viera y se comunicara conmigo. No hicimos caso, por supuesto. A escondidas nos hablábamos por teléfono. La hermana menor burlaba el cerco y entregaba nuestras cartas de ida y vuelta. Y algunas veces podía acompañarla una o dos calles saliendo de la escuela, hasta donde ya era demasiado riesgo de ser descubiertos.
Y la descubrieron algunas veces al teléfono. Los castigos eran brutales (increíble). No obstante, eso alimentaba el amor, o lo que pensábamos que era amor.

Un sábado de tarde toda la congregación acudió a una enorme propiedad privada en las afueras de la ciudad. Un campo arbolado sirvió de marco para un culto que resultó refrescante.

Al término había que llevarnos de regreso y la opción que quedaba era la camioneta del señor. Con ganas o sin ellas tuvo que aceptar que yo también subiera.

Era una pickup, descubierta. Se llenó de muchachos. Y ella estaba ahí, sentada en un rincón, fuera de la vista de su padre, que conducía. Yo me puse a un lado. Sólo nos miramos y pasamos el recorrido tomados de la mano, en silencio. El sol caía. El aire era fresco. Todo fue ideal.

La prohibición siguió. Los encuentros secretos también. Y las crisis y los maltratos aumentaron.

Al cabo de dos años me armé de valor y me enfrenté al tipo. Aceptó que no tenían caso sus hostilidades y estuvo de acuerdo con que su hija fuera mi amiga.

Entonces ocurrió la primera mala señal. Llegó su cumpleaños a los pocos días del armisticio, del tratado de paz, y le llevé un regalo. Sin embargo, no hubo el jolgorio esperado. Y eso que ahora la dicha no estaba proscrita.

Después, también a los pocos días, fui a visitarla. Sólo estaba con su hermana. Su actitud era algo lejana. Le pregunté qué pasaba y me respondió evasivas. De pronto tocaron a la puerta. Era otro muchacho de la iglesia. Pasó y ella lo hizo sentar a su lado mientras a mí me dejaba solo, frente a ellos. Las cosas se aclararon de golpe. Y un golpe fue lo que di a la pared de la escalera cuando bajé furioso. Sólo la hermanita fue testigo, mientras me miraba apenada, como disculpándose.

Es cierto, me traicionaron, pero una vez en la calle me di cuenta de que me sentía liberado. Ya no la quería tampoco.

Fue la última vez que acudí a su casa. Me alejé en paz, ligero.

01 junio 2009

Construcción de una iglesia

Para Vértice

Quisiera intentar una presentación visual para comunicarme con ustedes. De hecho, inicié el intento, pero soy tan malo y tan lento que acabaría por abollar las ideas.
Mejor con palabras, de esas de barro que conozco, que se llevan bien conmigo y se dejan moldear.
El tema es la Iglesia Vértice. Y dice así…

El propósito de Dios siempre ha sido reunir a su iglesia, la de arriba y la de abajo. Para ello ha asumido el enorme pero didáctico riesgo de confiarnos parte del trabajo: la iglesia de abajo. De eso se trata, de edificar la iglesia, levantar sus paredes y techo, alfombrar su piso y mantener sus puertas y ventanas abiertas para que entre gente y frescura.
La iglesia no es un hospital, por supuesto que no. Es más bien un hogar y una escuela, lugar de futuros y de nostalgias. Es la casa de Dios, ni más ni menos.

En el camino a la iglesia hay, lamentablemente, dos enormes obstáculos: la tradición y la ignorancia. La primera es una telaraña sutil que se ha ido tejiendo con el tiempo; todos somos un poco culpables de sus vicios y también todos somos un poco responsables de sus virtudes. Lo bueno de la tradición es que es un punto de referencia y nos recuerda la necesidad de ritos. Lo malo es que con el tiempo acaba creyéndose infalible e impide la renovación.
Sólo hay una fórmula para desintoxicarse de tradición: desaprender. Da un poco de miedo arrojarse a lo incierto, quitar el pie del muelle firme para saltar a la lanchita que se bambolea en el agua. Pero no hay otra forma: desaprender. Eso quiere decir que agradecemos el pasado glorioso pero lo dejamos ahí, en el pasado, y nos proponemos asumir que hay más, mucho más, y que las respuestas de antes pueden ser cuestionadas.
La segunda pared que se interpone en el camino a la iglesia es la ignorancia. Porque, admitámoslo, no sabemos; así de simple, no sabemos. Cómo se hace una iglesia, cómo se leen los planos, cómo se interpreta la voluntad de Dios, ingeniero infalible… no sabemos.
En parte es culpa de la tradición. Como dábamos por sentado que las respuestas eran ciertas, no nos tomamos la molestia de aprender a buscar otras. Olvidamos cómo leer, cómo reflexionar, cómo pensar. ¿Para qué si el líder en turno tenía la solución? Qué importa de dónde la sacó y cómo, bastaba con saber el rumbo.
Eso funcionaba cuando la comunidad era un ranchito y las veredas pocas, poquísimas. En cambio hoy, el rumbo que hay que tomar es una maraña de opciones, las mentes se han abierto, la información está ahí. Las señales de los tiempos brillan intermitentes como neón retro. Pues hay que aprender. Aunque cueste y lleve tiempo, hay que dedicarse a aprender a aprender. ¿Cuánto? Hasta que todos encuentren por sí mismos la voluntad de Dios. Ya no más fe prestada y argumentos infalibles del recetario. Ahora hay que estudiar y pensar por uno mismo.

Y pasados esos obstáculos, ¿podemos comenzar la edificación? No, aún no. Ante el terreno listo para la construcción nos topamos con que nos faltan recursos y técnica.
Con lo primero quiero decir que nunca hay tiempo suficiente, ni gente ni dinero ni de todo. Parece que la misión de Jesús siempre debe llevarse a cabo en el límite de los recursos. Como es cosa de fe, más vale hacernos a la idea y dejar de angustiarnos. Los recursos siempre se completan justo el día de la inauguración, por lo tanto los planes deben contemplar déficit y compensarse con ánimo. Es más, es imposible sin buen ánimo.
Con técnica quiero decir que también carecemos de talentos y habilidades en la medida justa. La proporción de ineptos siempre es altísima y por lo general las tareas las comienzan los que ni saben ni pueden ni les resulta. Esto no quiere decir, como hacen algunos, que nos resignemos a la mediocridad, dado que no tenemos el don natural. Al contrario, es un aliciente para buscar a los talentosos, llamarlos y prepararlos.
Al principio se puede uno dar el lujo de prescindir de los especialistas. Pero uno tiene que buscar ser un profesional y hacer todo con la excelencia que Dios requería en el santuario israelita.
Pero, ¿qué hacemos si el talentoso no quiere? Querrá otro, vendrá otro; te digo que es cosa de fe. Por tanto, no bajes la norma.

En este proceso hay necesidad de tener a mano dos herramientas básicas del quehacer y las relaciones humanas: el diálogo y la resolución de conflictos. Resultan tan básicas que me intriga observar que no se nos educa en ellas en ningún lado. Da vergüenza, la verdad.
Y es que el mundo sería diez millones de veces mejor si supiéramos intercambiar apacible y racionalmente nuestros puntos de vista, y si tuviéramos buena práctica en resolver nuestras diferencias de manera constructiva.
Pues bien, si nadie nos enseñó, más vale que aprendamos ahora y que practiquemos constantemente, porque construir una iglesia es una tarea de años, pesada y demandante. Sólo es tolerable porque ahí está tu familia, los que amas, y sólo hay familia si hay diálogo y sabemos negociar.
Comienza, por ejemplo, por dialogar sobre cosas nimias: ¿de qué tamaño hacemos la puerta de entrada de la iglesia ideal? Dialoga de todo, en todo tiempo, con toda clase de estrategias interesantes. Sé transparente y democrático, estimula todas las voces. Y cuando surjan conflictos, nada como resolverlos con la Biblia abierta en Romanos 12 y 13.

Finalmente, hablemos de la iglesia en sí, ya no de lo que nos estorba ni de lo que nos falta para construirla.

La iglesia-familia que deseamos debe tener a Jesús en el centro. ¿Y eso qué quiere decir? La respuesta te la digo con dos palabras: Adoración y evangelismo. Adoramos reconociéndolo, dando testimonio de muchas formas, escuchando su palabra, asombrándonos con sus obras. Para saber si adoras bien observa si ocurre lo que dijo Jesús en Mateo 5: que la gente ve las buenas obras y glorifican a Dios. Y observa si pasa lo que dice Pablo hablando de dones: que la iglesia es edificada.
Como adorar implica un reconocimiento de posiciones, la iglesia que soñamos debe tener los elementos que pongan a cada quien en su lugar: él es el padre, yo el hijo. Al proponer cualquier variante litúrgica, al dar un testimonio, al enunciar una verdad descubierta, habría que preguntarse si a los demás les quedará más claro, con mi acto de adoración, que Dios es el padre, el origen y fin.
La contraparte es el evangelismo. No el institucional, el de números y estrategias administrativas, sino el vivencial, el de contacto, el que comienza y termina con tu persona involucrada, no con el esquema de testificación genérica.
La iglesia debe buscar o abrir espacios para compartir, para decirle a otros como nosotros, que hay un camino y que recorrerlo es placentero. La intención, la experiencia y el estilo personal son primero; la estrategia, el material prefabricado, los discursos hechos puede ser que vayan después.
El modelo es la iglesia primitiva y el paradigma es el ex endemoniado gadareno.

Una iglesia como ésta debe estar fundada en la Palabra y techada con las buenas relaciones humanas. Doctrina y corazón, podríamos decir. La Biblia para no extraviarse y el afecto de los hermanos para no desanimarse.
Como era al principio, el centro de la iglesia es el estudio de la Biblia y el estrechamiento de los lazos, lo cual debe reflejarse en la inversión de tiempo y energía. Si tuviera que elegirse entre pocas opciones, hay que escoger la Palabra y la comunión. Justo lo que hizo Jesús durante su ministerio.

Noten que omito la palabra programa. Es que la iglesia no es un sitio de eventos. Debe ser un lugar de encuentros, un punto de referencia con sabor a hogar, trascendente, fundamental, emocionalmente vivo y nutricio.

Ya está dicho, ahora, a construir.

20 abril 2009

iglesia-familia

Algunos han cometido el error de ver la iglesia como un club. Se entra a él cubriendo los requisitos y se obtienen beneficios por fidelidad a las reglas. La falta de cumplimiento, entonces, anula esos beneficios y puede llevar incluso a la pérdida de membresía.
La idea del club está relacionada muy estrechamente con la primacía de las reglas.
Otros, queriendo suavizar la imagen, sugieren otra equivocada: que la iglesia es como un hospital. Eso suena horrendo porque nadie va por gusto a un hospital y si llegas para que te curen, sólo estás pensando en cuándo podrás irte. Ahí todo es tan blanco, tan pulcro; hay poco color y escándalo. Tan es así que cuando te visitan te llevan flores, como para recordarte todo lo bueno que hay afuera y que te está esperando.
La idea del hospital deriva del concepto de que estamos enfermos y que nos hace falta sólo un ajuste para volver a la normalidad.
La mejor imagen para explicar la idea de iglesia, según se ve en la Biblia, es la familia. En realidad puede decirse que es más que una imagen, porque la iglesia es en efecto una familia. Tiene hijos que se fueron, que renegaron de la sangre y la parentela y Dios, el padre, procura recuperarlos mientras al mismo tiempo mantiene a salvo al resto de la familia. Cuando halla a los extraviados que quieren volver los adopta, los hace hijos otra vez. Suena lógico que Dios sea un padre y nosotros hermanos.
Las familias tienen reglas; se supone que son buenas, que todos las conocen y que conviene seguirlas. Pero la familia se funda en la relación de sus miembros, no en esas reglas. Sin reglas puede haber familia (con problemas, pero la hay), pero sin relaciones no. Éstas justifican aquéllas. En la práctica las reglas sirven para poner un marco de desarrollo sano a las relaciones.
Ilustremos.
La adolescencia es una etapa que pone a prueba este esquema. Se me ocurren tres elementos que ayudan a que padres e hijos no sólo sobrevivan a la etapa sino que la disfruten y le saquen provecho: confianza, respeto y diálogo. Son esenciales cuando hay crisis y cuando no (pocas veces en la adolescencia) y lo curioso es que no se establecen en esa etapa sino antes, mucho antes.
Da la impresión de que la crisis se resume a un desafío de las reglas. Los hijos que crecen cuestionan el orden de las cosas y buscan alternativas. Yo creo, sin embargo, que es una crisis de relación. Se trata de probar si los lazos aguantarán la embestida y si valen la pena. Y pasan la prueba cuando están fundados en el amor y son capaces de inspirar confianza, basarse en el respeto y acudir siempre al diálogo.
Cuando no hay una relación sólida y las reglas son sinónimo de obediencia o disciplina no se puede esperar sino fricciones continuas, desconfianza mutua y, frecuentemente, rupturas dolorosas.
Es exactamente lo que ocurre con la iglesia-familia, que como organismo vivo crece, se multiplica y sufre dolores en su desarrollo. Hacer énfasis en las reglas produce conciencias culpables pero no cohesión. En cambio, hacer énfasis en las buenas relaciones produce anhelos y determinaciones.
Me niego a exponer como obligatoria una norma y una doctrina a quien no me interesa. Porque corro el riesgo de que la acepte, de que se haga miembro de mi club y me incomode de ahí en adelante. Sólo puede funcionar si considero a esa persona mi pariente posible y lo trato como tal.

22 marzo 2009

paleta de vida

Somos públicos, nos debemos a a una sociedad. Abrirse paso por ella, establecer lazos y estirarlos, tender puentes y cruzarlos, es una aventura y una batalla. Puesto que no hay semáforos ciertos y el tránsito de las relaciones humanas es complejo, suele haber colisiones. Chocar con elegancia y provecho es una buena cosa para aprender. La adolescencia es el escenario más dramático y delicioso para ello.

Al crecer no sólo sucede de repente que tus brazos están más largos que tus reflejos (tropiezos frecuentes) sino que comienza a brotarte un caudal de emociones poderosas. Ejercen dominio sobre ti y también logran golpear y vencer a otros. El amor erótico, la influencia, la ira destructiva, los celos, la abnegación, el servicio, una visión romántica… ¿no te parece extraordinaria esta paleta de colores?

19 marzo 2009

Rico dolor de ser persona

“Yo mismo concuerdo con Kurzweil en tres puntos principales. Primeramente, que cualesquiera que sean las cualidades purificadores o ennoblecedoras que pudiera tener el sufrimiento, esas cualidades son sobrepasadas por la jodidez fundamental del sufrimiento. Si yo pudiera con presionar un botón liberar al mundo de la soledad, la enfermedad y la muerte –con el inconveniente de que la vida podría volverse banal sin la gracia de la tragedia- probablemente dudaría unos cinco segundos antes de hacerlo. Como dijo Tevye de la ‘maldición’ de la riqueza: ‘quiera el Señor herirme con esa maldición ¡y que nunca me recupere!’” Scott Aaronson

Pero, ¿es que es verdad que estamos tan cerca de lograrlo? El optimismo tecnológico es tan cierto; no, no suena a voz de sirena, no puede ser ¡ni modo que seamos tan ingenuos para dejarnos engañar! Anda, de allá viene el llamado, ¡rememos!

Y supongamos que alcanzar la plenitud, vencer la enfermedad y la muerte nos costara el alma, la esencia humana (tomo el pensamiento de la cita inicial); es decir, que tener vida eterna implicara anular todo drama posible, las pasiones de todo calibre y hasta las dudas, el sarcasmo, los sueños imposibles (claro, si nada fuera imposible). ¿Estaríamos dispuestos?

¿Qué clase de cuentos y canciones, por ejemplo, produciría una raza insensible, sabedora que no hay error posible cuando se tienen por anticipado todas las soluciones?

Entonces, mejor conservamos el dolor. O ¿habrá otra fórmula?

16 marzo 2009

La música es sonido

La música es sonido, simple y físicamente, y a la vez un misterio. ¿Cómo logra ese sonido movernos interiormente?

Una noche cualquiera, cuando la deja frente a su casa, él se atreve por fin a declararle su amor. Ella lo mira absorta, con una alegría serena que lo hechiza. Y quedamente, casi en silencio, dice que sí; entonces, para no gastarse la magia del momento, se despide y lo deja solo a la entrada. Él, por un instante no quiere moverse ni respirar, luego no le importa que se vea tan ridículo riéndose solo, abrumado de dicha. Y se va, caminando ligero, dando saltos; pero ¿qué hace mientras se marcha? Canta, le brota una música feliz.

Algún día, después de 50 años, ella está sola y anciana. De algún lugar proviene esa melodía conocida. Ella se dice, como lo hacía cuando él aún estaba: “Están tocando nuestra canción”. Con toda naturalidad la entona, muy bajito, imperceptiblemente; y las lágrimas ruedan por sus mejillas. La música se lo ha traído de nuevo, como antes.

13 marzo 2009

Créditos

Según veo el círculo de conocidos blogueros y un servidor solemos escribir como si fuera un soliloquio. Estamos en la vitrina, pero le damos la espalda a la calle. Otros usan sus blogs como fuente de noticias y le escriben explícitamente a los lectores. Yo no.

Como no suelo hacer eso, me cuesta, me suena raro. Supero sin embargo la falta de práctica porque es justo repartir medallas y diplomitas a los que me aportan un trozo de su ventana del tren para ver otros paisajes.

Sin querer ser exhaustivo empiezo como saltan a la mente.

ForoFit no es una persona sino el foro de la facultad de ingeniería de la uni. No somos tantos los que posteamos, pero de vez en cuando se pone candente la cosa y muchas veces muy divertida e instructiva. El sitio: Foro de la Fit.

Íver, excelente redactor y filoso crítico de la realidad. Siempre en apariencia a punto del caos, de hablar rápido… cosa de pulirse, jiji. Su blog: Burn after reading.

Merab, la poetisa; hubiera querido compartir otras clases con ella porque sospecho que los debates habrían estado buenos. Con el corazón en la mano, como extrañando siempre algo. Su blog: Mer.

Yeyis es verde; somos casi paisanos, buenos hermanos y amigos entrañables. No escribe con frecuencia ni con pasión bloguera. Tiene un plan emocionante para cuando sea una profesional de la comunicación. Su blog: Ideologías.

Daniel, que yo digo que no es un ingeniero en sistemas, sino un ingeniero visual, además de jazzista. Hemos tenido unas discusiones excelentes que ponen filosa la mente. Su blog: Cristianismo, tecnología, música y más…

Zaraí me da la impresión de diluir todas las penas que la asaltan. Es una comunicóloga romántica siempre, pero de las que no empalagan. Su blog: Escribiendo mucho más.

[Fuera de programa: Ni el wero ni Jairo tienen blog, no les hace falta. Juntos hicimos el e42, que es el LMS de la UM (vamos, el sistema de educación en línea). Eso fue hace eones, o sea, hace siglos, pero seguimos haciendo equipo de vez en cuando. Ellos son dos razones que hacen la uni soportable].

Vértice es un ministerio que se ha hecho notorio por su música, aunque en realidad son muchísimo más. Es curioso que sin comulgar con sus gustos musicales ni de worship en general, me interesen tanto. Es que en cierto modo me alegra la libertad que conquistan palmo a palmo y a la que todos tenemos derecho, especialmente tratándose de adoración a Dios. Su blog: Vértice.

Lizo, claro, cómo que se me estaba pasando. Su pa’ y yo nos echábamos de habladas rebuenas hace tiempín. Ella heredó un poco de esa tiesura. Buena redactora periodística y además, como Yeyis, entiende mis chistes chilangos, jiji. Su blog: Lizo’s.

A ver, ¿no se me olvida alguien?

11 marzo 2009

Dicha con hierbas

Salta sobre la hierba, come del aire lo necesario y corre veloz perseguido por su sombra. Alegre, hundido en el jolgorio, se ríe de la nube metamorfosis; recargado en el árbol grueso pasea una ramita entre los dientes y cierra los ojos. El cansancio dulce lo adormece, una suerte de recuerdo festivo le estira la risa en medio del campo.

Cuán buena es la vida. Ha valido la pena todo.

10 marzo 2009

Vigilias

Como lo han hecho y lo harán en el futuro todos los niños, también me ocurrió que despertaba en las noches. El silencio completo, la oscuridad y la sorpresa de estar despierto en la quietud de la madrugada son para asustar a cualquiera.

Mis ojos de niño adivinaban horripilantes monstruos en los rincones y fantasmas espantosos a punto de saltar sobre mí. Afortunadamente un bendito sueño nos arrebata pronto y pasamos indemnes el sobresalto nocturno.

Pero sucedió que en una de ésas preferí correr a la cama de mi mamá. Adormilada me recibió y me hizo espacio. Me acurruqué en un instante y sentí que me hundía entre colchas y esa cama blanda. Tal vez por eso no pude dormirme. Probé una posición y luego otra y otra. Sin la menor preocupación la pasé revolviéndome largo rato... hasta que una voz firme y fuerte sonó:

—¡Ya estáte quieto! ¡pareces un gusano! ¡no te muevas!

La voz enfadada de mi mamá me congeló. Y produjo magia también; en ese instante descubrí que había quedado quieto en una postura cómoda y placentera.

Casi al instante me sumí en un profundo sueño.

26 febrero 2009

La no fe de Carl Sagan

La web parece inundada de muchísima más información que la que tiene realmente. La verdad es que muchos internautas no generan nueva información sino que replican otra.

Doy esa breve explicación para excusarme que parezca hacer eso (contra mi costumbre). Mi aporte ahora es sólo unas poquitas líneas y es en realidad una reacción. Así que, con tu permiso, te anoto íntegramente un par de párrafos de y sobre Carl Sagan tomados de Libros y más libros.

Me gustaría creer que cuando muera seguiré viviendo, que alguna parte de mí continuará pensando, sintiendo y recordando. Sin embargo, a pesar de lo mucho que quisiera creerlo y de las antiguas tradiciones culturales de todo el mundo que afirman la existencia de otra vida, nada me indica que tal aseveración pueda ser algo más que un anhelo.
Deseo realmente envejecer junto a Annie, mi mujer, a quien tanto quiero. Deseo ver crecer a mis hijos pequeños y desempeñar un papel en el desarrollo de su carácter y de su intelecto. Deseo conocer a nietos todavía no concebidos. Hay problemas científicos de cuyo desenlace ansío ser testigo, como la exploración de muchos de los mundos de nuestro sistema solar y la búsqueda de vida fuera de nuestro planeta. Deseo saber cómo se desenvolverán algunas grandes tendencias de la historia humana, tanto esperanzadoras como inquietantes: los peligros y promesas de nuestra tecnología, por ejemplo, la emancipación de las mujeres, la creciente ascensión política, económica y tecnológica de China, el vuelo interestelar.
De haber otra vida, fuera cual fuere el momento de mi muerte, podría satisfacer la mayor parte de estos deseos y anhelos, pero si la muerte es sólo dormir, sin soñar ni despertar, se trata de una vana esperanza. Tal vez esta perspectiva me haya proporcionado una pequeña motivación adicional para seguir con vida. El mundo es tan exquisito, posee tanto amor y tal hondura moral, que no hay motivo para engañarnos con bellas historias respaldadas por escasas evidencias. Me parece mucho mejor mirar cara a cara la Muerte en nuestra vulnerabilidad y agradecer cada día las oportunidades breves y magníficas que brinda la vida.

  ¿Qué puedo decir a esto? Nada, que el tipo es admirable. Su argumentación irrebatible. Pero...

— Esto es un velatorio —me dijo serenamente Carl—. Voy a morir.
— No —protesté—. Lo superarás como ya hiciste antes, cuando parecía que no quedaban esperanzas.
Se volvió hacia mí con el mismo gesto que yo había contemplado incontables veces en las discusiones y escaramuzas de nuestros 20 años de escribir juntos y de amor apasionado. Con una mezcla de buen humor y escepticismo, pero, como siempre, sin vestigio de autocompasión, repuso escuetamente:
— Bueno, veremos quién tiene razón ahora.
Sam, de cinco años ya, fue a ver a su padre por última vez. Aunque Carl luchaba por respirar y le costaba hablar, consiguió sobreponerse para no asustar al menor de sus hijos.
— Te quiero, Sam —fue todo lo que logró musitar.
— Yo también te quiero, papá —dijo Sam con tono solemne.
Desmintiendo las fantasías de los integristas, no hubo conversión en el lecho de muerte, ni en el último minuto se refugió en la visión consoladora de un cielo o de otra vida. Para Carl, sólo importaba lo cierto, no aquello que sólo sirviera para sentirnos mejor. Incluso en el momento en que puede perdonarse a cualquiera que se aparte de la realidad de la situación, Carl se mostró firme. Cuando nos miramos fijamente a los ojos, fue con la convicción compartida de que nuestra maravillosa vida en común acababa para siempre.

La última línea es demoledora. Aunque no justifico la fe que tengo, alegando que me salvará de la nada y el vacío, de paso, creo que sí me podría salvar. Es decir, no digo: "Pobre Carl, tan inteligente y mira, cuando venga Jesús yo sí iré a la gloria ¡y seré más listo que él!" Por ahora me concentro en la tragedia. La muerte lo es y que rompa de tajo y sin remedio todos los lazos, lo es más.

Y mira, sin querer viene a cuento ¿Acaso no te importa que me muera?

25 febrero 2009

Escala financiera relativa

El escándalo que faltaba: el ex operador de Wall Street Bernard Madoff fue detenido hace semanas acusado de un fraude por nada más y nada menos que 50 mil millones de dólares. Varias instituciones financieras se aguantaron la vergüenza para admitir que fueron víctimas de una suerte de pirámide financiera.

No es que sorprenda las muestras de deshonestidad y la codicia sino la escala. Hay proporciones para el asombro.

En contraste las autoridades mexicanas estuvieron ncantadas con la propuesta del sector patronal de apoyar un incremento de 2 pesos diarios al salario mínimo (no, la cifra es correcta; dos pesos). Pasarse de ahí sería arriesgar la viabilidad de nuestras empresas, alegan. Lo que sí sería una medida sana, continúan, es que se liberaran los precios de bienes y servicios.

El mismo cuadro en otra escala.

http://www.jornada.unam.mx/2008/12/16/index.php?section=economia&article=044n1eco

23 febrero 2009

me convierto en raíz

Siento que me vuelvo radical, que al paso del tiempo se me gasta la cáscara, la piel benigna, y me quedo en cueros, exhibiendo el trayecto de los nervios y las arterias sin rubor.

¿No debería ser al revés? Que la rebeldía flaca de la juventud acumule grasa y ropas, hasta quedar acolchonada y volverse tenue y anecdótica. Se supone que uno descubriría que no vale la pena tanto pleito, que en aras de la tolerancia se deben arrojar las armas al pozo. Entonces emprenderías un cómodo camino descendente para arribar a la ancianidad que perdonó todo.

Ayer leí la entrevista que le hicieron al ministro de Economía y Finanzas de Venezuela. Alí Rodríguez militó en la guerrilla en los años 60. Es llamativo que el entrevistador anote varias veces que el tipo parece seguir en pie de lucha. Digo, no es que se haya vuelto radical, es que se ve que no dejó de serlo.

Tal vez se trata de una sed que no se apagó. Sed de agua buena, de la fresca, que te devuelve lozanía y te arranca suspiros. Y yo, señores, no quiero quedarme con se'.

Radical viene de la palabra "raíz". "Quitar de raíz" quiere decir que eliminas de una buena vez un problema. Pero "sacar raíz" quiere decir en matemáticas otra cosa (explicado suena feo, porque es encontrar el número que elevaste a la inversa de la raíz).

Me vuelvo raíz porque me está comenzando a importar poco el follaje y las ramas de las que colgaba el columpio. Quiero escarbar en la tierra y ver de dónde fregados chupa sus jugos la vida que insiste. Entender y estar de acuerdo. Nada más ni nada menos.

27 enero 2009

Duermevela

Dos hielos en mi te, por favor; que se enfríe un poco más rápido, pero que dure la tibieza.

En la infancia compraba medias naranjas en el recreo; no, no las compraba, mi memoria me engaña, nunca tuve dinero para semejante lujo.

Los muchachos de quinto año eran mucho más grandes. Rezagados de otras escuelas, habiendo perdido varios años, se sabían intimidantes;. Ellos ya lucían algún mostacho, ellas algunas curvas. Yo tenía 10 años y me protegía mi inusual cabello largo y la inteligencia, que no me alcanzaba para entender todo lo que veía y oía.

Ahora era su voz espantosa; vuelve al comienzo el ciclo. Las paredes pegajosas, qué asco; cállate, por favor, cállate, déjame salir. No es como si me ahogara, sino como un vértigo. Recomienza el ciclo.

-Más te, ¿joven?
-No, gracias; aún no logro enfriarlo del todo.
-¿Se le ofrece algo más?
-Dos hielos en mi te...

Siempre le gano al adversario cuando lo imagino. Con una argumentación irrebatible me impongo y él humilde lo acepta. Es como gritarle: "¡Ja!", pero con elegancia.

-Más te, ¿joven?
-No, gracias; aún no logro, aún no logro, aún no logro, aún no logro, aún no logro.
-¿Se le ofrece algo más?
-¿Qué más se puede desear?

Se me acerca la enfermera de turno; no necesita tomar mis signos. Se vuelve a ella, la mujer vigilante de rostro casi blanco, casi de papel, ojeroso, que me limpia el sudor de la frente cada tanto. Y le dice: "Sigue delirando, ¿verdad?". "Sí", responde ella, sin quitar la vista del sudor que vuelve a la frente que se agita.