26 noviembre 2009

Elijo

Las pantanosas honduras de la estupidez humana sólo han podido ser alcanzadas debido a la genialidad de esa misma especie. Se deshace como polvorón de maíz, estalla en migajas y cubre todo. Destila miseria y cuando se piensa que ha tocado fondo, el genio maligno que la impulsa le enseña a taladrar el suelo rocoso para descender más. No con elegancia, por supuesto, sino sanguinariamente.

No hay otra explicación a la actitud y actividad depredadoras de la clase política que dirige el mundo, y en especial los países latinoamericanos, y más específicamente México. La estupidez del gobierno federal y la insultante ambición de los que se dicen de oposición, son una afrenta constante a la dignidad humana.

No, la mera codicia no podría ser la causa de semejante emprendimiento autodestructivo. ¿Desprecio por la vida? Algo hay de eso.

Es algo más, ¿qué es? ¿cuál es el engrane clave de la maquinaria del odio? ¿qué tipo de neoplasia infrahumana ha sustituido el tejido racional, creativamente emocional de la gente?

Algunos eligen lanzarse al precipicio o arrojarse sobre el botín. Yo elijo creer. Elijo pensar que Uno está ahí con la respuesta y el remedio perpetuo.

18 noviembre 2009

la provincia comienza nomás saliendo, adelantito de la capirucha

Tomas la vía como que vas a Toluca, aunque en realidad enfilas hacia el bosque La Marquesa. Árboles no se le ven muchos, pero sí amplias planicies que los paseantes de fin de semana se han encargado de mantener ralas de pasto.

Me gustaría siempre detenerme a comer ahí esas geniales quesadillas, no todas con queso, en tortillas de maíz hechas a mano, largas, ovaladas, como corresponde. Salsa verde, por supuesto

No te detengas ahí pues hay que tomar la desviación que lleva a Ixtapa de la Sal. La carretera angosta, de dos carriles, serpentea y mantiene animado el camino, salpicado de pueblitos. El último, con pinta de ciudad, pueblo, ciudad, es Tenango del Valle.

Viví ahí casi un año. Su clima era tan desagradable y húmedo que las moscas ya no volaban en la hora en que arreciaba el frío y amanecían muertas. Y vaya que había muchas porque en la zona había mucho ganado ovejuno y mucha matazón de animales y mucha barbacoa y muchas moscas. ¿Percibes a lógica?

Quizás el frío era una bendición para librarnos de esos bichos.

El camino de cemento se acababa a cinco metros de la casa. Era más bien un edificio con cuatro departamentos extraños y feos. El nuestro al fondo y abajo. Tenía cochera, pero como era una lata coordinarse con los vecinos para meter los carros y sacarlos sin estorbarse demasiado, prefería lidiar con un burro afuera.

Frente al portón, con la calle de tierra a cinco metros del camino de cemento, había justo el espacio para estacionar mi carro. Delante, la esquina; detrás, un poste de luz. Justo mi carro y nada. Lo malo es que algún vecino pensaba lo mismo y si yo llegaba tarde encontraba el sitio ocupado por un burro. Sí, de verdad, no como los de Discovery Channel en 2D. Pues entonces yo tenía que buscar estacionamiento más lejos; una molestia, de verdad.

O el burro o yo, es el resumen del conflicto. También podría enunciarlo así: o frío o moscas. O capital o provincia.

Ah, ya sé, también así: o post largo y sesudo en tu blog o desnutrido comentario al vuelo en facebook.

16 noviembre 2009

El hipotético planeta pequeño con 15 o menos habitantes que reveló la intersección feliz de la hijedad y la paternidad

En estos días mi hija y yo tuvimos una de esas charlas padre-hija, de las que calan y fundan futuros venturosos.

Hablamos de un planeta pequeño (idea de ella) donde no puede haber más de 15 habitantes a la vez. Todo habría comenzado con una pareja que procreaba un hijo cada año, de diferente género, que serían fértiles llegados a los 20 años. Omitiendo el problema de la endogamia y el perfil incestuoso del modelo planteado, propusimos que se irían formando nuevas parejas que procrearían igualmente un hijo cada año, fértil a partir de los 20 años. Sin embargo, puesto que el planeta no puede albergar más de 15 habitantes simultáneamente, ella agregó al modelo un láser que eliminaba los excedentes.

Entonces surgió la gran pregunta, la que nos consumió la mayor parte del tiempo.

Antes, algo de contexto.

Nació en medio del otoño dos semanas antes de cambiarnos a un pueblo de inviernos rigurosos. Muy pequeña dormía acurrucada y abrigada entre su madre y yo. Aunque siempre tuvo su cama y luego su cuarto, con frecuencia volvía a reclamar su espacio en el nido. Bueno, nomás arribar a la adolescencia pareció olvidar el calor que disfrutaba y como que renegaba de sus asaltos de la infancia. Pero cada tanto vuelve a la carga y con todo y su matrícula universitaria sin ruegos ni miramientos simplemente se posa en la cama, roba casi toda una almohada y en medio de la noche, la luz apagada, le receta a sus padres su hablar interminable y la amenaza de quedarse a dormir con nosotros, para lo cual secuestra un trozo generoso de cama.

Ahora entiendes el escenario de la charla, que se quedó en que surgió la gran pregunta (su madre había perdido el interés en la cuestión casi desde el principio, porque esos ejercicios le parecen más dignos de extraterrestres ociosos; y puede que tenga razón).

La hija pensó que podría llegar un momento en que el láser-control-natal podría acabar eliminando una cantidad espantosa de gente. Tras un poco de discusión la tranquilicé diciéndole que, dado que en cualquier instante no habría más de 15 habitantes, nunca podrían formarse más de 7 parejas (en un modelo monógamo y de géneros en números similares, por supuesto) y nunca habría más de 7 nacimientos. Luego entonces, lo más que tendría que hacer el láser sería eliminar 7 seres al año, lo cual suena bastante decente.

Ambos quedamos conformes con la conclusión. El tiempo había volado, era muy tarde. Se fue a dormir a su habitación. Nos quedó la sensación de que había sido un rato bien aprovechado y la mar de divertido.

13 noviembre 2009

filosofía pétrea

Las ideas son piedras arrojadas al lago de la mente. No se han insinuado siquiera las primeras ondas cuando ya corro a sacar las palabras de emergencia, siempre en guardia tras el cristal que dice: “rómpase en caso de provocaciones, retos de toda laya, neuronas afrentadas o alma que se leuda”.

Me revive liberar palabras, para congelar con ellas esas ondas divertidas.

Propongo un nuevo uso para la piedra de la filosofía: paladear el mero acto de pensar, sin preocuparse en lo más mínimo si las respuestas llegarán temprano o tarde o nunca.

¡Que comience la fiesta de piedras!