En el marco de la visita que hice a vertice, que ya comenté antes, se expresó la intención de crear espacios ideales para la comunión cristiana, ad hoc para cada clase de grupo. Sería una iniciativa juvenil que no busca romper moldes ni domesticarlos, ni arrebatar el control o volverse punto de referencia, sólo procurar los ambientes más propicios para desarrollarte en tu experiencia religiosa, tal como lo necesitas tú y no como lo impone una cierta liturgia de años.Una de las banderas es la tolerancia.
Esto suena parecido a los modernos movimientos democráticos de la sociedad civil urbana.Esa palabra me lleva al 8 de junio de 2007, cuando se publica en El Norte el artículo de Juan Villoro, “Asesinos en bicicleta”. En esencia cuenta que hace tres años un cineasta fue asesinado en la calle por un musulmán ofendido por su documental donde exponía el sometimiento que sufre la mujer en la cultura islámica. Lo llamativo del caso es que los hechos ocurren en Holanda, paraíso de la tolerancia; es más, el cineasta se había negado a contar con la protección de guardaespaldas tras recibir amenazas, porque confiaba en que en la sociedad holandesa lo peor que podía pasar es que se viera envuelto en un debate. Tan racional consideraba a la sociedad holandesa, pues.
El punto aquí es que en aras de la tolerancia se tienen que admitir a los intolerantes, de otro modo estaríamos contradiciéndonos… pero al cumplir creamos una paradoja.
Va más despacio para entenderla.
Supongamos que creo una sociedad absolutamente tolerante, que admite en ella a cualquiera, sin importar lo que piense, con tal de que ejerza la misma tolerancia hacia los demás que lo dejó entrar. Pero si soy realmente tolerante como afirmo, tendría que aceptar incluso a los intolerantes; después de todo en mi sociedad tienen derecho a esa postura y a cualquier otra. Aunque, eso haría que se rompiera regla, porque ellos no quieren tolerar a los demás, por lo que me vería obligado a expulsarlos… aunque al hacerlo ¿no estoy manifestando la misma intolerancia?
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