10 marzo 2010

Mirada que aniquila el mal

Un amigo me da la liga de un encendido discurso de Martin Luther King jr., el “We shall overcome” (que significa algo así como “lo superaremos” o “nos sobrepondremos a esto”).

Jalo el hilo y aterrizo en el discurso de Luther King cuando aceptó el Nobel de la Paz en 1964. Leo ahí palabras estremecedoras.

Intrigado prosigo hasta descubrir que “We shall overcome” es un negro espiritual que deriva de cantos que llegan hasta la Guerra Civil estadounidense. La letra es tan simple que no puedes creerla y la melodía es una ola grande que baña las playas gentilmente. La escucho con la interpretación rústica y hogareña de Pete Seeger.

La suma de los mensajes dice: Responder con paz a la violencia física y política del entorno, así como a la desigualdad y el desequilibro que impiden el bien ser de cada prójimo. Pero al mismo tiempo mirar de frente, decididamente, el mal que nos persigue, para que la pose y la osadía intenten desarmar el agravio y la injusticia. Sembrar verdades que sacudan la inercia, de modo que, tal vez mañana o en años, pero ciertamente, el pensamiento sea más luminoso.

Y si los vientos de presagio soplan en esta dirección, levantar la voz y decir: nos sobrepondremos a esto.

26 noviembre 2009

Elijo

Las pantanosas honduras de la estupidez humana sólo han podido ser alcanzadas debido a la genialidad de esa misma especie. Se deshace como polvorón de maíz, estalla en migajas y cubre todo. Destila miseria y cuando se piensa que ha tocado fondo, el genio maligno que la impulsa le enseña a taladrar el suelo rocoso para descender más. No con elegancia, por supuesto, sino sanguinariamente.

No hay otra explicación a la actitud y actividad depredadoras de la clase política que dirige el mundo, y en especial los países latinoamericanos, y más específicamente México. La estupidez del gobierno federal y la insultante ambición de los que se dicen de oposición, son una afrenta constante a la dignidad humana.

No, la mera codicia no podría ser la causa de semejante emprendimiento autodestructivo. ¿Desprecio por la vida? Algo hay de eso.

Es algo más, ¿qué es? ¿cuál es el engrane clave de la maquinaria del odio? ¿qué tipo de neoplasia infrahumana ha sustituido el tejido racional, creativamente emocional de la gente?

Algunos eligen lanzarse al precipicio o arrojarse sobre el botín. Yo elijo creer. Elijo pensar que Uno está ahí con la respuesta y el remedio perpetuo.

18 noviembre 2009

la provincia comienza nomás saliendo, adelantito de la capirucha

Tomas la vía como que vas a Toluca, aunque en realidad enfilas hacia el bosque La Marquesa. Árboles no se le ven muchos, pero sí amplias planicies que los paseantes de fin de semana se han encargado de mantener ralas de pasto.

Me gustaría siempre detenerme a comer ahí esas geniales quesadillas, no todas con queso, en tortillas de maíz hechas a mano, largas, ovaladas, como corresponde. Salsa verde, por supuesto

No te detengas ahí pues hay que tomar la desviación que lleva a Ixtapa de la Sal. La carretera angosta, de dos carriles, serpentea y mantiene animado el camino, salpicado de pueblitos. El último, con pinta de ciudad, pueblo, ciudad, es Tenango del Valle.

Viví ahí casi un año. Su clima era tan desagradable y húmedo que las moscas ya no volaban en la hora en que arreciaba el frío y amanecían muertas. Y vaya que había muchas porque en la zona había mucho ganado ovejuno y mucha matazón de animales y mucha barbacoa y muchas moscas. ¿Percibes a lógica?

Quizás el frío era una bendición para librarnos de esos bichos.

El camino de cemento se acababa a cinco metros de la casa. Era más bien un edificio con cuatro departamentos extraños y feos. El nuestro al fondo y abajo. Tenía cochera, pero como era una lata coordinarse con los vecinos para meter los carros y sacarlos sin estorbarse demasiado, prefería lidiar con un burro afuera.

Frente al portón, con la calle de tierra a cinco metros del camino de cemento, había justo el espacio para estacionar mi carro. Delante, la esquina; detrás, un poste de luz. Justo mi carro y nada. Lo malo es que algún vecino pensaba lo mismo y si yo llegaba tarde encontraba el sitio ocupado por un burro. Sí, de verdad, no como los de Discovery Channel en 2D. Pues entonces yo tenía que buscar estacionamiento más lejos; una molestia, de verdad.

O el burro o yo, es el resumen del conflicto. También podría enunciarlo así: o frío o moscas. O capital o provincia.

Ah, ya sé, también así: o post largo y sesudo en tu blog o desnutrido comentario al vuelo en facebook.

16 noviembre 2009

El hipotético planeta pequeño con 15 o menos habitantes que reveló la intersección feliz de la hijedad y la paternidad

En estos días mi hija y yo tuvimos una de esas charlas padre-hija, de las que calan y fundan futuros venturosos.

Hablamos de un planeta pequeño (idea de ella) donde no puede haber más de 15 habitantes a la vez. Todo habría comenzado con una pareja que procreaba un hijo cada año, de diferente género, que serían fértiles llegados a los 20 años. Omitiendo el problema de la endogamia y el perfil incestuoso del modelo planteado, propusimos que se irían formando nuevas parejas que procrearían igualmente un hijo cada año, fértil a partir de los 20 años. Sin embargo, puesto que el planeta no puede albergar más de 15 habitantes simultáneamente, ella agregó al modelo un láser que eliminaba los excedentes.

Entonces surgió la gran pregunta, la que nos consumió la mayor parte del tiempo.

Antes, algo de contexto.

Nació en medio del otoño dos semanas antes de cambiarnos a un pueblo de inviernos rigurosos. Muy pequeña dormía acurrucada y abrigada entre su madre y yo. Aunque siempre tuvo su cama y luego su cuarto, con frecuencia volvía a reclamar su espacio en el nido. Bueno, nomás arribar a la adolescencia pareció olvidar el calor que disfrutaba y como que renegaba de sus asaltos de la infancia. Pero cada tanto vuelve a la carga y con todo y su matrícula universitaria sin ruegos ni miramientos simplemente se posa en la cama, roba casi toda una almohada y en medio de la noche, la luz apagada, le receta a sus padres su hablar interminable y la amenaza de quedarse a dormir con nosotros, para lo cual secuestra un trozo generoso de cama.

Ahora entiendes el escenario de la charla, que se quedó en que surgió la gran pregunta (su madre había perdido el interés en la cuestión casi desde el principio, porque esos ejercicios le parecen más dignos de extraterrestres ociosos; y puede que tenga razón).

La hija pensó que podría llegar un momento en que el láser-control-natal podría acabar eliminando una cantidad espantosa de gente. Tras un poco de discusión la tranquilicé diciéndole que, dado que en cualquier instante no habría más de 15 habitantes, nunca podrían formarse más de 7 parejas (en un modelo monógamo y de géneros en números similares, por supuesto) y nunca habría más de 7 nacimientos. Luego entonces, lo más que tendría que hacer el láser sería eliminar 7 seres al año, lo cual suena bastante decente.

Ambos quedamos conformes con la conclusión. El tiempo había volado, era muy tarde. Se fue a dormir a su habitación. Nos quedó la sensación de que había sido un rato bien aprovechado y la mar de divertido.

13 noviembre 2009

filosofía pétrea

Las ideas son piedras arrojadas al lago de la mente. No se han insinuado siquiera las primeras ondas cuando ya corro a sacar las palabras de emergencia, siempre en guardia tras el cristal que dice: “rómpase en caso de provocaciones, retos de toda laya, neuronas afrentadas o alma que se leuda”.

Me revive liberar palabras, para congelar con ellas esas ondas divertidas.

Propongo un nuevo uso para la piedra de la filosofía: paladear el mero acto de pensar, sin preocuparse en lo más mínimo si las respuestas llegarán temprano o tarde o nunca.

¡Que comience la fiesta de piedras!

16 agosto 2009

Adivina quién es el reflejo

¿Dónde comenzó todo? ¿quién lo comenzó? Me parezco tanto al diario que leo diario; estamos mutuamente endeudados, se ve.

En cuanto a la vida en suma, ¿qué fue primero, la tv o la realidad? Si el flujo del tiempo y las partículas que nos movemos en ese fluido fue imaginada por el Guionista y hecha posible por el Productor y ofrecida generosamente por el Presentador, si soy un personaje, ¿qué sigue? ¿hay un capítulo donde arribo a la felicidad? ¿cuándo me matan o me olvidan, que es lo mismo?

No, no me digas que los medios imitan la realidad; por favor, no me lo digas, no me desengañes. Nos parecemos tanto; seguro somos, por lo menos, hermanos, hijos de una misma historia, o imágenes especulares unos de los otros. Y ahí, en la línea infinitesimal donde nos unimos, donde seguimos siendo siameses, ha surgido la maravilla, la suma perfecta, la quimera sintética que dominará el planeta y el futuro: ¡el reality!

Es más que la realidad y más que los medios. ¡Loa al reality! ¡larga vida a ese portento capaz a una de seguirnos los pasos y andar delante!

12 agosto 2009

Oficina

El aire que se cuela por las celosías del tragaluz siempre me pone de malas. Por las noches, cuando se extiende la jornada de trabajo, y te quedas solo en el edificio de la facultad, produce un aullido que a ratos inquieta. Vas concentrándote en la tarea, aporreas el teclado de la compu y de pronto una ráfaga de viento resopla, te espanta y de postre provoca los portazos que te hacen maldecir diez veces más al conserje.

Pancho, Pancho, cuándo carambas arreglarás las puertas para que no se azoten.

El tipo tiene casi ochenta años y aquí sigue, más estorbo que ayuda real. Y ni siquiera es de los contadores de anécdotas sabrosas, alimenticias. No estudió, no recorrió el mundo y sus tres hijos resultaron igual de grises. Y lo único que le pido, que es arreglar las puertas y pedir que tapen esas canijas celosías, no lo hace.

El problema es de noche, claro; de día ni te fijas, con el ruidajo de los estudiantes zapateando por los corredores o las voces con eco de los docentes que a coro repiten su cátedra.

El problema es de noche porque el edificio se pone realmente oscuro. Yo soy algo nervioso y no me gusta que entre mi oficina y la salida haya un tramo largo que tienes que recorrer casi a tientas cuando sales. Y mientras doy esas decenas de pasos, los muebles truenan conforme sueltan el calor al fresco nocturno, las puertas se azotan otra vez, las sombras poliédricas se desarman y se reagrupan a mi vista y hasta mi propio reflejo en las superficies cromadas de aquellas dos macetas sugieren un acompañante.

Ya en la puerta se me atropellan los dedos buscando la llave y en los pocos segundos que tardo en abrir, siento que el vestíbulo oscuro se ennegrece y como que se me recarga en la espalda empujándome contra la puerta de cristal.

Salir es de reírse porque todo ha sido una tontería. Siempre, por supuesto. Éste es un edificio que nunca albergaría ni media presencia maligna, si las hubiera. Me enoja saberlo y no poder controlar mi miedo irracional. Supongo que viene de la infancia remota. Al menos yo siempre le echo la culpa a esa noche que quise atravesar el patio hacia el cuarto del fondo, el destinado a la criada que hacía como que nos cuidaba. Totalmente despreocupado eché a andar por el pasillo de cemento que serpenteaba unos metros cuando de repente se cruzó un gato pardo, que se espantó tanto o más que yo y a una salió corriendo y chillando. Yo grité igual, regresé corriendo y pálido y lloré mucho rato. El vaso de agua con azúcar y sal no sirvió para borrar mi temprana conciencia de que ahí, en la negrura, siempre hay algo.

Y no lo hay, qué fastidio. Me lo repito. No hay nada. Cómo haré para entenderlo de una buena vez. Ni modo que un monstruo horripilante, de garras pastosas y aliento nauseabundo me salga al paso para devorarme. Es una tontería pensarlo.

Ya estoy fuera, es lo bueno. Recorro el estacionamiento bajo la bendición del alumbrado cobrizo que me libera de temores. Mi auto es el único. En un rato estaré en casa y dormiré a pierna suelta, merecidamente, porque la jornada de clases ha sido extenuante.

Sin embargo, no necesito llegar para darme cuenta de que he olvidado las llaves, el celular y la pluma. Qué lata con ese vicio mío de sacar todo lo que traigo en las bolsas y dejarlo en el escritorio. Y no dejé la cartera porque no traigo.

Camino de vuelta, pienso en cualquier cosa con la llave de la puerta de cristal ya en la mano. La abro con agilidad. Penetro en la cueva oscura con paso firme. No hay nada aquí, los monstruos no existen, me digo muy de paso, los fantasmas menos. ¿Un demonio? Bah, es ridículo.

Un tronar de muebles y pierdo el paso. Vuelve el reflejo de las macetas. Canta tenebrosamente el viento. Maldigo a Pancho. El empujón en la espalda me acelera. Camino y camino. Alcanzo la puerta de mi oficina, prendo la luz exterior para poder hallar la cerradura. Abro y me detengo. Me detengo sin respirar y pálido en el umbral, con la mano aferrando firmemente el picaporte.

En mi asiento, trabajando sin preocupación, estoy yo, otro yo. Levanta la mirada, se cruza con la mía y también se cruzan grito, portazo y ventarrón.